sábado, 19 de septiembre de 2015

pueblos de málaga



Nubes en el cielo, pájaros y ausencia de frío en la mañana. Carretera hacia Ronda, menos agreste el entorno de lo esperado. Aparcar y pasear. Del Ronda comercial cuesta abajo al Ronda viejo cruzando el Puente Nuevo, espectacular en su altura, cruzando el tajo sobre las rocas. Cuna de Giner de los Ríos, casas bajas, calles empedradas. Pasamos la casa de Don Bosco y bajamos hacia lo profundo del tajo. Queremos ver el puente desde otra perspectiva y oír el agua despeñarse. Espectáculo de paredes cortadas y chumberas. Avanzamos hasta estar debajo del arco. Desandar lo andado es mas duro. Casas blancas y bordes, zócalos y decoraciones de amarillo pálido. Estética brillante. Conquistada o reconquistada en 1485 es hoy un paraíso para los grupos de turistas que llegan a medida que avanza la mañana. Calma y paz en el interior de la Iglesia del Santuario de María Auxiliadora. Silencio. Un niño con corbata en el altar. Puede ser el mismo cuyo busto se encuentra en la plazoleta de entrada al templo. Una leyenda. “Julio-1955. Antes morir que pecar”. En la iglesia también hay referencias a los mártires salesianos de la localidad. A medida que volvemos al puente nos encontramos mas gente. Todos quieren fotografiar lo profundo, allá donde serpentea el río Guadalevin. A la espera de una feria que abrirá en días resalta la blancura de la plaza de toros. Ronda se ha alejado de aquel ideal romántico que atrajo e inspiró a escritores y viajeros de otros siglos. En la plaza del Socorro, con estatuas de Blas Infante y Hércules, comemos en la Tapería Las Campanas bajo toldo que protege del sol del mediodía. Tiempo de viaje de nuevo. Y espectacular la carretera que atraviesa la serranía de Ronda para ir de ésta a Casares. Es la A369. Curvas y miradores para admirar paisajes y castillos como el de Gaucín. Allá en lo alto. Le llaman del Águila. Intentando su conquista dicen que murió Guzmán el Bueno, allá por 1309. Soplan vientos. Precioso el pueblo, todo blanco, coronado por la fortaleza. Se acaba la serranía y bajamos otras mil curvas hasta Casares, al pie de la sierra Crestellina y sus buitres. Casares es pueblo blanco, alejado del turismo, con miradores para admirarlo, cuna de Infante, y con callejas para perderse. Sin adornos ni colores, y con pocas flores. Con niñas que juegan en la tarde y ruidos de normalidad, suena un teléfono tras las cortinas. Mis recuerdos no concuerdan, cambió el paisaje, se añadieron casas. Pero hay sorpresa. El pueblo tiene dos vistas, una mas hermosa que otra. Sin visitantes, escasos. La ermita de la Virgen del Campo está abierta, preside la imagen. Aire, algunas gotas, viento y calor. Subimos despacio al castillo, ruinas de fortaleza árabe, Al-Qasar, del XIII. Desde allí se divisa el Peñón de Gibraltar, ligeramente. Y en la plaza que nos acoge en banco suena desde una casa El loco de la calle, canción de El último de la fila. Curioso, año 1987, el de edición, cuando yo estuve aquí y cuando desgastamos esa cinta en los cientos de kilómetros recorridos. De recuerdos a Mijas, hay burros que son taxi y otros que son atracción para niños.  No hay ecologistas protestando. Poca gente y mucha tienda esperando negocio. La ermita de la Virgen de la Peña se prepara para la procesión. Hay macetas uniformes en las casas, azules. Se recuerda a un vecino desaparecido hace cinco años. Marchó a hacer deporte y no volvió. Se ensaya música para un concierto nocturno y se pasa calor. Hora de buscar cena. De aquí a Torremolinos, playa de la Carihuela, convencional. Tiendas, cafeterías, restaurantes y chiringuitos. Elegimos el Canarias, con espetos y frituras. Un acierto. Paseamos arriba y abajo del paseo, como todo el mundo. La playa nunca cambia, como la luna llena que ilumina una franja de mar. Hoy hay móviles, menos cigarros, las familias cambiaron, poco más. La esencia permanece, es helado, paseo a la luz de un astro y quizás sueños que se le piden a lo negro de la noche, ahí sobre aguas tranquilas, la inmensidad que reconforta y también asusta.

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