jueves, 4 de junio de 2015

un paseo por lisboa




Lisboa es paseo continuo o lo que usted quiera. Elegimos lo primero. Del hotel a las calles, al encuentro de turistas que pululan entre edificios activos o cerrados, con azulejos o no. Hay un mercadillo en plaza arbolada, es domingo, bajo música de Fado. Se vende arte de artesano, originalidad. Las calles se quieren hundir y las piedras que forman el empedrado se despegan en algunos sitios. Cuidado con los pies. La plaza del Comercio es grande, inmensa, amarilla y abierta a un río navegable que se puede pasear en su ribera y donde el turista o lugareño oye música y toma el sol o cerveza en miradores al lejano puente que abre el mar. La orilla de enfrente parece que está ahí al lado. Es mentira, el río es ancho. Va para allá dice ella, la corriente, yo no la veo, me lo creo. Yo veo hasta olas, que vendrán de un mar que recibe aguas. Olas contra columnas y gaviotas.
La plaza de Camoes se llena de palomas y también tiene ese aire a viejo, como todo en la ciudad. De ahí se abren calles a barrio alto o al barrio bajo. Las cuestas continuas. Usted elije, bajar o subir. Los miradores abundan. Como el de San Pedro de Alcántara donde se canta en francés a la guitarra y se ve el río y mas tejados y colores y miles de ventanas.
También Lisboa trae recuerdos, de pasados viajes, de calle de castañas en Noviembre, cubiertas de blanco, o de discos de Fado en la FNAC. Hoy las ventas de discos han disminuido pero todavía se vende el Fado, reclamo de una ciudad que se niega a dormir.
Da igual que llueva en la ciudad, o por lo menos a algunos nos da lo mismo. Serán sólo unas horas de chubascos incontrolados que obligan al refugio o a la rapidez para encontrarlo. Se encuentra en iglesias o en quicios de puertas. Tras los cristales de la estación de Rossío se venden paraguas y se cruzan pasos de cebra. Las gotas todo lo dejan en forma de bruma. Subir al castillo con paraguas o no. Toma el nombre de San Jorge.
El barrio de Alfama tiene callejuelas y obras. Resbala el suelo. Es real y para turistas. Pasean los carricoches y les ofrecen gininha sin bajarse. Piedras y adoquines, y mesas preparadas para cenar junto a gente que vive y tiende su ropa. Miradores del Tajo, rincones, recovecos, escalera y cuestas. Otro mirador, el de Sofía de Mello, poeta. La vista mil veces repetida, otros ángulos. En el de Nuestra Señora de los Montes suena el viento y sopla. Casi nos lleva mientras los candados sellan amores en valla. Pocos turistas se llegan hasta ciertos sitios. Los parajes se suceden. Se reforma, crece la hierba entre adoquines, el sol luce de nuevo, parajes idílicos. Lisboa podría ser una ciudad de cuento tras una inversión estratosférica. Pero será mejor que siga así, a su ritmo, y se ensucie y se limpie y los chubascos que vienen del mar rieguen sus calles y que sigan naciendo verdes allá donde el ser humano nunca lo intentaría. Aparte de cuestas también hay escaleras que incomodan las rodillas. Paseamos también por el barrio chino o indio según se cambie de calle. Se mueven las antenas según el mirador y según sople el aire. La música siempre presente. Un adamastor, gigante mitológico griego inmortalizado por Camoes preside uno de estos espacios para mirar al vacío desde otro punto de vista.Hay otras zonas, mas nuevas y menos visitadas como la Plaza de Pombal donde se toma el pulso a la gente que viene y va, sale y entra de la ciudad, buscando el trabajo. Allá el parque de Eduardo VII, ordenado y cuidado que enlaza a unos dos kilómetros con una enorme extensión verde. A un lado la penitenciaría. Si no se quiere andar siempre queda el tranvía, viejo y de colores publicitarios. Casi siempre atestado de gente. Casi me mareo en la única vez que lo tomamos. Frenazos y calor. Movimientos de barraca loca. Un día nos pasamos por una calle perdida. Vila Berta se llama, y tiene balcones muy salidos que forman terrazas enormes. Los niños pintan en las escaleras con monitores a su vera. Andando, andando se llega a Lisboa desde Belem y es un espectáculo pasar por debajo del 25 de abril. Inmenso encima nuestro. Buscamos una ermita y la encontramos, después de dar vueltas a un mapa en el que no caben los nombres de todos los recovecos llamados calles.  Es viernes y parece que hay mas gente pidiendo en las calles. Será que empieza el fin de semana y que la previsión del tiempo es buena. Agitan sus botes o vasos o los golpean contra el suelo. Algunos acaban de levantarse y no piden. Los rincones de la ciudad no se acaban nunca como la plaza donde está la Facultad de Bellas Artes cuya fachada amarilla resplandece al sol. Sólo pájaros y pisadas y viento que sopla en los oídos. Los estudiantes acuden a clase. Lisboa no se acaba nunca.

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