jueves, 4 de junio de 2015

ida y vuelta a Lisboa



Es domingo tres de mayo. Entre verdes y ocres, árboles mimetizados en el paisaje. Coches y vías. Suena Hotel California y recuerdo que he soñado con que iba a la puerta de ese hotel inexistente. Imaginario o real. El mejor sólo de la historia de la música. Para mí. Un Yesterday del que no reconozco el principio. Y escalofrío. Y los Drifters, con Ben E. King. Acaba de morir. Cantaba I’ll take you home. Qué prodigio. Entre melodía y canción asoman granjas de paneles solares. Se compran camiones en Almaraz, con los blancos reactores nucleares a la vista. En la frontera con Portugal confusión de donde parece acabar uno y empezar el otro. Hablo de países fronterizos. Al rato largo cruzamos el río de todos, el Tajo, universal o ibérico. Inmenso el puente 25 de Abril, dedicado a la revolución de los claveles. Lisboa tiene su propio Golden Gate. El río brumoso. El espectáculo de una ciudad que late ahí al otro lado. De colores y avejentada. Ciudad donde viven personas como el senegalés que vende collares o pulseras y que viajó a España, la recorrió y ahora lo intenta en Lisboa. Vivir, simplemente eso. Y habla como puede en cualquier idioma. Vender en vez de robar o traficar. Y así pasaran los días, con sueños en hotel de nombre real, Jorge V. Modesto pero limpio y bien ubicado. Ideal para salir a ver la ciudad y a volver agotado. Sí, pasan los días y es hora de volver, entre los mismos paisajes, con otras músicas. Un alto sólo, el de Evoramonte, un pueblo que parece de acceso imposible pero lo tiene, castillo con vistas a todos los puntos cardinales. Paz sólo rota por el canto de un pájaro que se asemeja a un humano silbando. La felicidad de un ave en mañana de sol. Más música para volver, envolvente. Volver siempre es una palabra que cuesta pronunciar.

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