No es por falta de iglesias. Lisboa las tiene de todas clases y
devociones. La del Santísimo Sacramento está llena en misa. Se canta y se lee
con voz bonita. Lienzos a los lados. La del Carmen no está restaurada. Es
museo, se ven los efectos del terremoto. Parece imposible que los arcos sigan
en pie. Hoy es museo, que visitaremos otro día. Desde el mirador de Santa Justa
se aprecia lo que pudo ser la iglesia y lo que es Lisboa desde arriba. Vistas
hermosas, de tejados y colores. También la de los Mártires merece una visita.
Una puerta abierta es una invitación, al recogimiento y a sentarse, a
contemplar y a ver, a pensar o no. A ver pinturas laterales y techos al fresco.
Exuberante y rotunda. La mayoría exhiben una única nave y abundante decoración
en techo y laterales. Como San Roque con techo de madera que es un inmenso
lienzo. Ampulosa. La de San Pedro de Alcántara, perteneciente a convento, se
llena de azulejos blanquiazules y los confesionarios se empotran en la pared.
Pasando por la de la Magdalena veremos el cuerpo semi incorrupto de San
Fulgencio Mártir, procedente de las catacumbas romanas. El escorzo es
pensativo, viste ricos ropajes y me recuerda a la estampa del doncel de
Sigüenza. En esa misma parroquia se exhibe una exposición de pregunta sin respuesta:
¿Quién es el hombre del sudario? Si hay un lugar de peregrinación en la ciudad
es San Antonio, allá nació el fraile franciscano que luego fallecería en Padua.
Muchos visitantes para ver o rezar en el espacio donde vino al mundo. La Catedral
cambia de planta y la presenta en forma de cruz. Hermosa por fuera y sencilla
por dentro, poco ornamentada. Hay poca luz a pesar de los rosetones. Me gusta
una Piedad esculpida en el XVIII. De la mas grande a una capilla pequeña, la de
Nuestra Señora de la Salud, acogedora. La imagen preside el altar. Suena Fado
dentro. Se nubla de repente. Hay otros templos que impactan por otra razón.
Visualmente el contraste es enorme en Santo Domingo. Pareciera que una guerra
ha terminado ayer. Las columnas grises y rotas, horadadas. Todo a medio
destruir. El techo restaurado, de color oscuro. Las piedras grises. El
contraste es único. No existen bancos corridos, sólo sillas individuales,
pequeñas. Amplia, enorme, de una nave. Pocas imágenes. La luz entra por detrás
en un lugar que parece desolado y hermoso. Sigue abierta al culto tras el
incendio del trece de agosto de 1959. En la Concepción la única nave es blanca,
poco decorada, sin capillas, humilde. El altar lo ocupa un conjunto de siete
pinturas, con un calvario central de virgen arrodillada y la palabra Alegría
como lema en múltiples posters. En el barrio de la Estrella aparece la basílica
del mismo nombre. Dos torres y cúpula inalcanzable y planta en cruz. Pilares
enormes y figuras en lo alto. Música que calma el espíritu. Visitantes. La
virgen de Fátima omnipresente. A su vera el jardín de la estrella, verde y
verde. No podemos visitar el cementerio de los ingleses. Se cerró hace un rato.
En la pared al lado de la puerta aparece un mensaje: da flores a los vivos. Pero
se las llevan los muertos que no ven.
En San Vicente el órgano es el retablo de altar. Sol, nubes y viento
ese día. En la puerta se vende mojito y caipirinha.
Cuesta arriba, las escandinhas de San Amaro llevan a la ermita del
mismo nombre. Planta circular. Presiden el santo y Fátima. Difícil de
encontrarla abierta tenemos la fortuna de hacerlo, en el mes de la Virgen, es
Mayo. La vista del puente es de postal. Estudiantes alrededor, cuatro. Paz.
Habrá rosario mas tarde. De 1549. El atrio es todo azulejos, semicircular. Una
señora reza, no existen los turistas en este lado del mundo. Pies y brazos de
plástico que se ofrecen al santo. Mas paz, y descanso en el atrio, sentados.
Mas iglesias como la de Santa Filomena, donde una señora vende
pulseras de hilo con tres nudos.
Nuestra Señora de la Quietud ofrece eso y paz debajo del puente e
historias en azulejos. De todos los colores y con todas las historias que en el
mundo han sido.
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