Las huellas de Pessoa son continuas en Lisboa. Desde la estatua en el exterior
del café A Brasileira donde la gente se sienta en su regazo o a su lado hasta
el merchandising que inunda tiendas de recuerdos. Hay que leer a Pessoa. Buscadlo
en Lisboa, pero buscadlo también en cualquier lugar del mundo. Al protagonista
de un libro que desasosiega por su soledad. Gente fuera del mundo la hay en
cualquier sitio. Pero imaginad a Pessoa paseando, subiendo o bajando al Tajo,
mirando el cielo o escuchando los pájaros o reposando en uno de esos parques
mínimos escondidos.
La tumba del autor aparece de repente en el Monasterio de los
Jerónimos, y su figura vuelve en placas que recuerdan que visitaba tal café, o en
marca páginas de colores o sin color. En pinturas de calle. O en la casa donde
vivió, convertida en museo. O en lo que pone en su tumba, “No, no quiero nada”.
O en el lugar donde fue bautizado o en la casa donde nació, 1888. Pessoa para
leer y disfrutar, homenajeado en su ciudad.
No hay comentarios:
Publicar un comentario