Hacia Sintra en tren. Desde Rossio, cuadros con azulejos. Techos
altos, esperando la salida, lío con los billetes. Me estoy haciendo mayor.
Sentidos embotados. Puntualidad y túneles. Acueducto, el de las aguas libres,
del siglo XVIII, se ve desde la estación de Campolide. La vida diaria, idas y
vueltas. Grafitis o mensajes de amor en lugares inverosímiles. Casas y casas.
Torres y campos de fútbol. Vegetación incontrolada en los bordes. Un acueducto
que no acaba. Ropas tendidas. El tren adormece. Pasa el revisor por el vagón
anterior, no llega al nuestro. Traseras de viviendas que conviven con el tren.
Casas de colores. Antenas, castillo en lo alto. Sintra, de colores. De la estación al autobús que nos llevará
arriba por carretera estrecha de montaña entre bosques tupidos y vistas
espectaculares cuando los claros lo permiten. El palacio Pena para empezar,
mucha gente, todas las fotos del mundo y mas. Diferente, palacio real fundado
sobre monasterio del XVI. La capilla
original tiene un precioso retablo de alabastro. Coqueto el claustro de dos
alturas, pequeño y lleno de turistas que miramos mientras se hacen algunos trabajos
de restauración. Las antiguas habitaciones de monjas reconvertidas en
dormitorios reales. La esfera armilar, símbolo de la monarquía, por todos
lados. Objetos y decoración. Interesante la colección de vidrieras. Un paraíso
para los fotógrafos. Salimos de Palacio
y entramos en Castelo, el de los Mouros. Antiguo enclave defensivo reconvertido
y reconstruido por la monarquía en una especie de jardín romántico con
vegetación exuberante y murallas reforzadas sobre restos. Aparecen tumbas y
silos, así como la primera iglesia de Sintra, siglo XII, fundada tras la
reconquista. Verdor y piedras se conjugan. Fernando II fue el creador de este
idílico entorno. Crece el musgo en piedras y esquinas. Espectaculares vistas
desde torres y almenas donde ondea una colección de banderas portuguesas. Se ve
el Atlántico y el Tajo. Bajando al pueblo desde el castillo se pasa por el
camino de Ferreira de Castro, escritor (1898-1974). Su novela La selva está
entre las diez mas leídas del mundo. Este lugar parece una selva en diminuto.
Algunos intentan ascender por ahí sin saber lo que les espera. En Sintra
descanso para comer y nueva visita, esta vez al Palacio Nacional. Salones y
estancias como la de los cisnes pintados en el techo. El palacio destaca
sobremanera por sus enormes chimeneas blancas que buscaban desalojar el humo de
la enorme cocina y que hoy dan el toque único al edificio. Infinitos azulejos.
Una pintura, de Virgen con niño, de Cesare da Sesto. Puertas rojas y paredes blancas.
Salón de blasones, la capilla palatina con frescos en paredes. Sobriedad.
Acabadas las visitas Sintra se reduce a una bonita vista de postal desde el
Nacional. Mucho turista, cuatro calles con tiendas y restaurantes. La
pastelería Periquita ofrece su especialidad y la gininha se toma en copa de
chocolate. También Lord Byron estuvo aquí, dice un bar. Exposición de
esculturas y puestos de artesanía en la bajada a la estación. El agua de la
fuente Morisca dice “apenas permitida para las personas”. El museo del escultor
Pedro Anjos Teixeira se anuncia con un par de esculturas que señalan el camino.
En la estación de Rossio llegamos los turistas y se van los trabajadores, todos
cansados.
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