Belem es mundo aparte. Tomamos metro y tranvía para llegar al
extrarradio de Lisboa. Frío a la sombra mientras esperamos que abra la taquilla
del monasterio de los Jeronimos. Recuerdo de caída y esguince en los
alrededores. Busco el agujero en el suelo y no lo encuentro. Imperial el
monasterio. Los niños también aparecen con gorra y camiseta de manga corta.
Alguien no ha mirado bien la previsión del tiempo. El Mosteiro tiene un
magnífico claustro de dos alturas. Visitamos el refectorio, sala capitular y
mas dependencias. Mucha gente. Una sala presenta la historia de Portugal a
través de sus reyes. Reconstruimos parte de esa historia y su relación con la
de España a través de tres monarcas. Alfonso V (1432-1481), su primo Joao II
(1455-1495) y Manuel, primo del último, el gran monarca que hace crecer el
imperio portugués, (1469-1521). Es Manuel quien pide que se haga este recinto
para conmemorar la vuelta de Vasco de Gama de su viaje a la India (1497-98).
Impresiona el recinto, también la iglesia adyacente. Muchos visitantes. Desde
el coro se ve la visión de toda la nave. Majestuosas las columnas labradas, de
estilo manuelino. Una bonita talla de un crucificado y un magnífico retablo de
cinco pinturas de Lourenzo de Salzedo presidido por un descendido. La tumba de
Camoes acoge gentío alrededor como la de Vasco de Gama. También están las
tumbas de Manuel I y la reina María, hija de los Reyes Católicos. Preciosas
vidrieras altas. Fuera se agradece el sol. Visitas y mas visitantes. Nos
acercamos a la famosa confitería Belem, que data de 1837, también hay cola para
comprar los pastelitos de nata que no llevan tal sino crema. Con añadido de azúcar
y canela si se quiere y recién salidos del horno, espectaculares. Un pedazo de
gloria por 1,05 euros. Se vende también el pastel de bacalao y otras viandas.
Parques para descansar al sol y sombra. A la vera del Tajo destaca la Torre de
Belem y el monumento a los descubridores. Figuras ciclópeas para conmemorar los
500 años de la muerte de Enrique el Navegante. Mecenas mas que navegante para
financiar y organizar la salida de Portugal al mar. Suena la música de guitarra
y armónica y las gitanas quieren leer manos y una niña gatea en dirección al
río. La Torre de Belem se fotografía millones de veces desde fuera y desde
dentro. Estilo manuelino. Fortaleza defensiva. La subida a lo mas alto se
convierte en odisea y esperas. Colas para bajar desde la última azotea y todo
porque el ser humano no acaba de saber lo que significa el rojo y el verde en
un semáforo que intenta automatizar el acceso a una escalera estrecha. Mas
fotos y mas paseo para llegarnos al museo Berardo, gratuito. Enorme espacio.
Arte contemporáneo. Muy moderno todo. Hay que echarle valor por no decir otra cosa para crear ciertas cosas y quizás
el calificativo de creador se queda grande. Y quizás mas valor para exponerlas.
Se agrupan trabajos por tendencias y años y esto hace ver que la tendencia la
inicia alguien y los demás se copian, sean cuadros, bolas o semi círculos. Pero
siempre hay sorpresas agradables, me quedo con las fotos de Helena Almeida, o con el Retrato de mujer en ropa azul de
Balthus o el niño escribiendo de Jack Smith, obra de 1954. Ambas obras exhiben
desproporciones, como el recinto en sí. Andy Warhol cierra sala con Judy
Garland en colores. Dicen que es el museo número cincuenta del mundo en visitas
durante el 2010. Con nosotros poca gente alrededor. Forma parte de una
Fundación pero no sé quién está detrás de este museo; parece estar en otra
ciudad. Los jardines con agua, se cuidan las plantas, sobra el espacio, hay
inversión. Alguien limpia con mangueras a presión una escultura de planchas,
inclasificable si es arte. Dicen que el recinto como tal se construyó durante
la presidencia portuguesa de la Unión Europea, es decir fondos públicos. El
contraste de siempre. Abandonamos Belem no sin antes pasar a por otro
pastelito, delicia y vicio. Y emprendemos el regreso y lo hacemos andando.
Vicio también este último. Calor si no se toma la sombra.
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