jueves, 4 de junio de 2015

belem



Belem es mundo aparte. Tomamos metro y tranvía para llegar al extrarradio de Lisboa. Frío a la sombra mientras esperamos que abra la taquilla del monasterio de los Jeronimos. Recuerdo de caída y esguince en los alrededores. Busco el agujero en el suelo y no lo encuentro. Imperial el monasterio. Los niños también aparecen con gorra y camiseta de manga corta. Alguien no ha mirado bien la previsión del tiempo. El Mosteiro tiene un magnífico claustro de dos alturas. Visitamos el refectorio, sala capitular y mas dependencias. Mucha gente. Una sala presenta la historia de Portugal a través de sus reyes. Reconstruimos parte de esa historia y su relación con la de España a través de tres monarcas. Alfonso V (1432-1481), su primo Joao II (1455-1495) y Manuel, primo del último, el gran monarca que hace crecer el imperio portugués, (1469-1521). Es Manuel quien pide que se haga este recinto para conmemorar la vuelta de Vasco de Gama de su viaje a la India (1497-98). Impresiona el recinto, también la iglesia adyacente. Muchos visitantes. Desde el coro se ve la visión de toda la nave. Majestuosas las columnas labradas, de estilo manuelino. Una bonita talla de un crucificado y un magnífico retablo de cinco pinturas de Lourenzo de Salzedo presidido por un descendido. La tumba de Camoes acoge gentío alrededor como la de Vasco de Gama. También están las tumbas de Manuel I y la reina María, hija de los Reyes Católicos. Preciosas vidrieras altas. Fuera se agradece el sol. Visitas y mas visitantes. Nos acercamos a la famosa confitería Belem, que data de 1837, también hay cola para comprar los pastelitos de nata que no llevan tal sino crema. Con añadido de azúcar y canela si se quiere y recién salidos del horno, espectaculares. Un pedazo de gloria por 1,05 euros. Se vende también el pastel de bacalao y otras viandas. Parques para descansar al sol y sombra. A la vera del Tajo destaca la Torre de Belem y el monumento a los descubridores. Figuras ciclópeas para conmemorar los 500 años de la muerte de Enrique el Navegante. Mecenas mas que navegante para financiar y organizar la salida de Portugal al mar. Suena la música de guitarra y armónica y las gitanas quieren leer manos y una niña gatea en dirección al río. La Torre de Belem se fotografía millones de veces desde fuera y desde dentro. Estilo manuelino. Fortaleza defensiva. La subida a lo mas alto se convierte en odisea y esperas. Colas para bajar desde la última azotea y todo porque el ser humano no acaba de saber lo que significa el rojo y el verde en un semáforo que intenta automatizar el acceso a una escalera estrecha. Mas fotos y mas paseo para llegarnos al museo Berardo, gratuito. Enorme espacio. Arte contemporáneo. Muy moderno todo. Hay que echarle valor por no decir otra cosa para crear ciertas cosas y quizás el calificativo de creador se queda grande. Y quizás mas valor para exponerlas. Se agrupan trabajos por tendencias y años y esto hace ver que la tendencia la inicia alguien y los demás se copian, sean cuadros, bolas o semi círculos. Pero siempre hay sorpresas agradables, me quedo con las fotos de Helena Almeida, o con el Retrato de mujer en ropa azul de Balthus o el niño escribiendo de Jack Smith, obra de 1954. Ambas obras exhiben desproporciones, como el recinto en sí. Andy Warhol cierra sala con Judy Garland en colores. Dicen que es el museo número cincuenta del mundo en visitas durante el 2010. Con nosotros poca gente alrededor. Forma parte de una Fundación pero no sé quién está detrás de este museo; parece estar en otra ciudad. Los jardines con agua, se cuidan las plantas, sobra el espacio, hay inversión. Alguien limpia con mangueras a presión una escultura de planchas, inclasificable si es arte. Dicen que el recinto como tal se construyó durante la presidencia portuguesa de la Unión Europea, es decir fondos públicos. El contraste de siempre. Abandonamos Belem no sin antes pasar a por otro pastelito, delicia y vicio. Y emprendemos el regreso y lo hacemos andando. Vicio también este último. Calor si no se toma la sombra.

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