El museo arqueológico del Carmen ocupa el espacio del convento del mismo
nombre. Tras el terremoto perdió la techumbre y la nave central y laterales
están al aire bajo un cielo que cambia. La imagen es preciosa, de contrastes de
azules y oscuros. Restos en los laterales, capiteles, lápidas, todo en piedra.
En lo que fuera el altar hay todo tipo de cosas. Cabezas de piedra, túmulos
funerarios, hasta dos momias peruanas del XVI y una momia en sarcófago de
Egipto. Un batiburrillo de objetos y cosas que conforman un espacio que merece
la pena visitar para sentarse en la escalinata de acceso.
Nos cuesta encontrar el Museo Gulbenkian, de nombre Calouste.
Escondido en un parque donde estudiantes dibujan. Hombre de esos hecho a sí
mismo, hábil negociante para hacer fortuna e invertir parte en arte. Hay de
todo en el lugar, desde arte venido de Egipto, Grecia o Roma, pasando por el
lejano oriente. Luego vendrá el arte europeo, pintura y escultura, y mobiliario
de todo tipo. Otra suerte de colección privada mostrada al público. Los niños
parecen escuchar a monitores, todos sentados en el suelo. Una joya el “Retrato
de una joven”, de Ghirlandaio (1449-1494), con su collar de perlas rojas
iluminando el cuadro. De Andrea della Robbia (1435-1525) aparece un precioso
relieve de terracota esmaltada que presenta a la Fe. El chico con cerezas de
Manet es un precioso lienzo. Varias esculturas de Rodin, todo mezclado entre
ese conjunto de obras de disciplinas varias. Otro niño, éste haciendo pompas,
también de Manet, destaca. De una artista americana, Mary Cassatt (1844-1926)
aparece un precioso cuadro, The stocking o cuidados maternales. Espectacular
también la sección de dípticos y trípticos de marfil, obras en miniatura.
Grupos de turistas pasean las salas. El autorretrato de Lepicié, pintor francés
del XVIII muestra a un gran artista enfocando fuera de plano. Ahí acabamos. Ya fuera sobrevuelan los aviones el parque y los patos se
acercan por comida.
El museo MNAC o de Chiado acoge sólo arte portugués contemporáneo.
Joao Marques de Oliveira es un artista del XIX (1853-1927) y de él se expone
una bonita obra, “La espera de los barcos”. Interesantes también los retratos
de Columbano. El museo se ubica en un antiguo convento que tiene pocas visitas
en este día hasta que aparece la excursión de niños que seguro revolucionará a
las vigilantes que parecen perseguirnos por las salas. Un poco de modernismo
para terminar, lo ofrece Jose de Almada, artista de Santo Tomé y Príncipe
(1893-1970) del que se puede ver “La siesta”. Museo pequeño, un tanto
decepcionante. Quizás lo mejor sea el jardín de esculturas donde sentarse a ver
la vida pasar y a escuchar el murmullo de los pájaros. Quizás la obra mas
destacada del conjunto sea la escultura “A viuva” que presenta a una madre
dando de mamar a un pequeño, mármol tallado por Antonio Teixeira Lopes
(1866-1942).
La calle de las Janelas verdes, o ventanas de ese color acoge el Museo
Nacional de Arte Antiguo. Espléndida colección para saborear lentamente.
Edificio no muy grande con bonita terraza y esculturas que miran a los muelles
y al omnipresente puente. A su lado un bucólico jardín, el del 9 de abril, con
sol o sombra a elegir, y un enorme árbol central que da sombra al banco
circular. Mucho que ver dentro, incluida una pequeña muestra temporal de
dibujos de grandes maestros donde admirar el hombre de pie de Pontormo o un
dibujo de Morales. Pero vayamos a lo permanente para descubrir a los nueve
apóstoles de Zurbarán que casi llenan una sala o la acostumbrada Virgen con
Niño de El Divino que no por vistas dejan de causar asombro. En terracota un
magnífico San Leonardo de Andrea della Robbia. Detrás de una mampara y visto
casi sin querer aparece un precioso Cupido de Bartolini cuyo dedo está en una
mesa. Miro sin mirar y casi avergonzado. Espectáculo en el Éxtasis de San
Francisco ante Cristo, de Lucas Jordan. Claroscuros geniales. Descubrimos a una
pintora nacida en Sevilla de padre portugués, Josefa de Ayala o de Óbidos
(1630-1684). Un pequeño óleo sobre cobre titulado “Casamiento místico de Santa
Catarina” resalta su técnica. Volando en el tiempo hasta el siglo I aparece un
busto romano de Apolo, magnífico. Como siempre el anonimato envuelve a aquellos
grandes precursores del arte. Saltamos otros cuantos siglos para irnos al VII y
para admirar una estatua en bronce de Bodhisattwa o Maitreya en meditación,
procedente de Corea o Japón. Arte asiático del cual el museo expone una extensa
colección. Seguimos volando y pasamos a la pintura de nuevo, con Pieter Coecke
(1502-1550) y su enorme Tríptico del Descendimiento. Una de las joyas del museo muestra Las
tentaciones de El Bosco y su surrealismo, inventado siglos antes de que otros
lo siguieran. Otro pintor que no conocía, de nombre imposible, italiano,
Antiveduto Grammatica (1571-1626). Santa Cecilia y los dos ángeles es un
prodigio de expresión. Antes de pasar a la pintura portuguesa acabamos con otro
tríptico del descendimiento, esta vez del taller de Quentin Metsys. De los
artistas locales destacamos la obra que da vida a la publicidad del museo, los
Paneles de San Vicente, del artista Nuno Gonzalves, siglo XV. 58 personajes
pintados en seis paneles por el pintor de cámara de Alfonso V. Caras serias,
miradas que no miran o buscan el infinito. Hombres morenos y pálidos como el
propio San Vicente, repetido, un niño y dos mujeres para una composición
excepcional. Y quizás si tuviera que quedarme con una obra elegiría la
Anunciación de Fray Carlos, el monje pintor, que con este óleo sobre madera de
1523 ensalza el valor del museo al presentar una puesta en escena diferente
donde un ángel no cruza mirada con la Virgen cuyo gesto denota conocer la
presencia de alguien. Los ángeles musicales ponen la melodía a una obra que
merece por sí sola la contemplación y la visita.
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