Aunque
el fado todo lo inunde no todo es Fado en Lisboa. Se baila en la Avenida de la
Liberdade, es domingo. Antes de empezar la semana se danza en una terraza, las
parejas siguen algo a lo que no sé calificar. No es samba. No sé lo que es,
música de integración. Da igual. Alguno baila sólo. En un barrio alejado
aparecen retratos de fadistas, nacidos o crecidos allí. Barrio de casas viejas
y pequeñas con retratos de Fernanda o María Moureira. Es un barrio de otro
tiempo. También se baila en un bar del centro donde puedes tomar una fenomenal
caipirinha y escuchar música en directo. Ritmos brasileños que los mas
atrevidos bailan en un descomunal movimiento de caderas. Las estatuas también
se hacen para homenajear el fado. Mujeres que lo cantan, y hombres. Cuando se
canta al amor se entiende. La guitarra emocionante. Para fado sin cena la Tasca
do Chico en el Barrio Alto, la caipirinha o la caipirikoska excelentes, la
música también. En la penumbra dos guitarras y cantantes que se suceden. Solo se
hace la luz al terminar la tanda de temas. Descanso para volver. A su vera un
señor mayor, muy mayor, que alumbra una libreta con una linterna pareciendo
querer recordar músicas. La música le cierra los ojos para aplaudir antes de
acabar el tema, sólo tres palmadas, las que anuncian el fin. Quizás intérprete
en otro tiempo, hoy recuerdo. Las paredes llenas de esos, de fotos con famosos
o de cantantes, o de recortes de prensa. De los que pasaron y de los que siguen
la dinastía. Una feria gastronómica da pie a música del pueblo. Stolen Notes,
en plaza y en abierto, folk desde Sevilla, sin voces, para que la gente baile o
lo intente.
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