Ecos de madrugada, de fiesta y canto en calle, de sábado, de deseo de
alcoba trasplantado a hotel de provincias, cercana habitación. Callados gemidos
que no saben que son escuchados en la vigilia del despertar. Las paredes no
hablan pero casi. Suena Lorenzo Santamaría mientras desayunamos. Cuesta encontrar
algo abierto. Y nos vamos al Museo Arqueológico situado en la Casa del Cordón,
edificio civil, viejo por fuera y moderno por dentro. Tres plantas, restos
prehistóricos, restos romanos y de la Edad Media. Vasijas, estelas, un par de
bustos romanos, lo más destacable, y un espectacular mosaico del dios Océano. Cinco
visitantes y un suelo que suena con nuestras pisadas. Tenemos que tomar el
coche para dirigirnos al siguiente objetivo, el Cristo del Otero, obra de
Victorio Macho, construido en 1931, vigila la ciudad, allá en lo alto. Es el
cristo mas grande del mundo después del de Brasil. Lástima que no se pueda
acceder a la base. Fotos y vista de una ciudad que desde arriba no destaca
especialmente. Humos en la lejanía. Y el frío que no da tregua. Es hora de
desandar los pasos. La carretera de Palencia a Aranda es de las de toda vida,
de poco tráfico hoy, con muchas bodegas, ribera del Duero, a medida que
encaramos la nacional I. Rectas inmensas también, en lo que podrían ser estepas
despobladas. Cazadores por los campos. Aranda se debe al río Duero, marrón y
caudaloso. El puente lo cruza y llega a la Plaza Mayor. Poblada de paseantes de
Domingo. Niños y carros. La Cruz Roja sirve tapa y bebida por un euro, para
sacar fondos para los mas necesitados. El somatén era un cuerpo armado de
protección civil. Hoy es un bar bullicioso que ofrece buenas tapas en la plaza.
Lástima que Santa María la Real esté cerrada. Enorme mole en el centro del
pueblo. Destaca su portada. Todavía están retirando la exposición de las edades
del hombre. Es invierno en Somosierra donde pisamos nieve bajo la niebla y cero
grados. La ermita de la Soledad guarda ecos de la batalla entre la caballería
polaca al servicio de Napoleón y los defensores españoles del paso hacia
Madrid, hablamos de 1808. Al poco de bajar el sol vence y se asoma por entre
las nubes. Once grados son los que marca Alcobendas, ventosos pero agradables. Viajar
no es sólo moverse, es mucho más.
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