domingo, 23 de noviembre de 2014

mar y playa



El marco siempre es incomparable. En este caso conocido, iglesia de San Lesmes, Alcobendas. La acústica no es la mejor y el entorno, mil veces observado, sigue siendo poco acogedor, con decoración e imágenes que parecen haber salido de una mente poco regalada en el arte de la estética. Alejados lo suficiente del altar, donde los coros cantan, las voces se quedan a veces relegadas, dificultando el entendimiento de las castellanas letras. La Coral de Alcobendas acomete música popular y la Coral Magerit lo hace con música cubana. Todo a beneficio de Cáritas que pasa el saco en el intermedio. Echo en falta que coloquen urnas también a la salida. Ya puestos hay que pedir de verdad. El loable objetivo justifica todo. Tango magnífico, “El último café”, lo escucho luego acompañado por músicos y cambia radicalmente frente a la versión coral. Quizás no todo sea susceptible de ser cantado a coro. Aplausos al final para todos, casi lleno, y yo echando de menos mi conexión. La escucha también es un estado de ánimo. Y a veces no salta la chispa. Es sábado, mediodía avanzado en Madrid, ecos de manifestación antiabortista. Cada vida importa. Es el lema. Ojalá fuera verdad. Nadie se lo cree, ni siquiera los organizadores. Un poco más de hipocresía por parte de quién luego apoya gobiernos que se lanzan a guerras de conquista. Quizás sea bueno refugiarse en el arte para evitar el absurdo intelectual que no ve pajas en el ojo propio. Y Sorolla es una buena pieza. Todo cambia en un entorno de recogimiento donde estás tú sólo enfrentado a la inocencia o a la mirada o a los mares. La Fundación Mapfre llena para ver “Sorolla y Estados Unidos”, obras del pintor valenciano que son difíciles de ver por la distancia y casi imposibles de juntar. “Triste herencia” es un lienzo grande y real, con niños tullidos, sin ojos casi, sonrosados y con muletas al borde de un mar oscuro, como el hábito del fraile que acompaña la escena. En la segunda planta abundan los retratos antes de pasar a las escenas de mar y playa donde Sorolla es único. Cuerpos difuminados y casi sin rostro. El titulado “niños a la orilla del mar” podría llamarse de mil formas. La niña de espaldas, con traje rosa y tocada con sombrero da vida al cuadro, excepcional. De ahí a “las tres hermanas”, de colección particular, no tenía constancia de la existencia del mismo. Tres niñas pequeñas, tocadas con pañuelo, manos asidas, se acercan tímidas a la orilla. La más pequeña en medio. La sensibilidad se activa. Fuera de lo común. Descanso en mesa de coser Singer, café La Paca, calle Valverde, acogedor y tranquilo. Los cuadros que adornan las paredes, realistas, hechos con Bic de colores están a la venta. De ahí a la calle Montera, cines Acteon, en el local que ocuparon los almacenes Arias, devastados por un incendio, año 87, murieron 10 bomberos. Inmenso edificio con múltiples salas, la película se llama Relatos salvajes, argentina, de Damián Szifron. No deja indiferente. Dura, brutal, apenas unas gotas de humor, sarcasmo para frenar la avalancha de situaciones que se plantean, límite en su mayoría, dejando al ser humano a merced de decisiones que valen toda una vida. Seis episodios que recrean el stress y la tensión de una sociedad con brotes de locura ocasionales. Es ya domingo, amanece oscuro, llueve. Correr bajo un manto de gotas es otra cosa. Es otro deporte, otra actividad. Con lluvia se transforma en una de las mejores sensaciones, la que guardo para mí. La naturaleza absorbe el agua, hierba y tierra, al ritmo de un sonido monocorde de gotas que golpean. Y me piso todos los charcos, como cuando el niño corría.

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