Después de la gratuidad toca pagar, son dos euros en la Catedral. Estamos
solos, como en el resto de nuestras visitas. Tapices en paredes y capillas sin
iluminar. Dos camareras de Nuestra Señora de la Soledad nos enseñan la
sacristía y nos cuentan que están en novena, que la imagen de la Virgen
auténtica está aquí, que la que vimos por la mañana en la capilla es otra. Y estará
hasta el día 15, la festividad. Talla de 1664 que cuentan que viaja desde Nápoles
a Barcelona y de ahí a Madrid. Talla entera,
arrodillada, con gesto de niña y trenza de madera. En Madrid no se
permitió hacer una copia y dicen que hicieron un lienzo, el que cuentan es el
actual que se venera de la Virgen de la Paloma. Gran retablo en el altar. Salimos
para buscar el Museo Catedralicio. Puerta cerrada cuando ya pasa la hora de
apertura. Llamo por teléfono y nos abren la puerta. Es Jesús y será nuestro
guía durante mas de una hora en una de esas visitas que quedarán para el
recuerdo. Las veneras visigodas (piedra labrada en forma de concha) constituyen
una de las joyas del museo, nos cuenta Jesús. Hasta algún arqueólogo alemán
acabó de rodillas al verlas. Si no nos lo hubieran dicho habrían pasado
desapercibidas. El discurso sigue, interrumpido por alguna llamada. No se trata
de ver todo, se trata de ver lo destacado y entender la globalidad. Estamos en
los graneros de la Catedral donde los poderosos almacenaban la comida y
controlaban su distribución. Dos marfiles grandes, los mas grandes y mejores de
España. Son filipinos y muestran a San Miguel y San Juan. Otra obra de los
grandes, de Settignano, un alabastro que representa a la Maddona con niño. Pieza
única nos cuenta. Pasamos al claustro y allí encontramos una lauda sepulcral en
bronce de Lorenzo Suarez de Figueroa y Mendoza, embajador de los Reyes Católicos
en Venecia, familiar de Garcilaso de la Vega. El hombre tenía gotas y así lo
reflejan sus pies. En cinco líneas se glosa su vida de forma concisa y
excepcional. ¿Podríamos hacer lo mismo? Volvemos a la Catedral y Jesús sigue
hablando, incansable. Nos pregunta y sonríe ante nuestra sorpresa. Ameno y didáctico
nos cuenta que el San Juan Bautista que da nombre a la Catedral y que preside
el retablo central es de Juan Alonso Villabrille, el mismo autor que las
esculturas en piedra de San Isidro y Santa María de la Cabeza que adornan el
puente de Toledo en Madrid. Historia, arte y arquitectura, lecciones todas
juntas sobre suelos de mármol o columnas, o sobre vidrieras que cierran el claustro
y dejan ver algún naranjo, o de pintores de flores como Juan de Arellano. Se
despide nuestro guía casi a punto de que empiece la misa, ahí en el altar
mayor, él sigue ajeno al resto, centrado en enseñar lo que sabe. Luego le
veremos paseando solitario, ya de noche. Tiene ese aspecto diferente que lleva
a algunos a sumergirse en esos otros mundos, en este caso el del arte. Y de ahí
parecen no querer salir. Paseamos comentando lo vivido y cenamos en la Casona
alta, unas tapas. El puente de las palmas cruza el ancho río y en una de las
riberas los jóvenes llenan el botellón. La ciudad desde el otro lado se ilumina
y las palmeras jóvenes se plantan con trípodes. La luna está llena y los jóvenes
siguen llegando con bolsas y botellas. Otro Badajoz existe al otro lado del
río. Como toda ciudad, muchas en una. Diferentes y opuestas. Lejanas y
separadas por corrientes que ajenas a lo que sucede en la superficie cruzan los
ojos del puente.
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