sábado, 5 de abril de 2014

florencia-uffizi



La Galería de los Uffizi abre pronto, traspasada la barrera de seguridad se suben escaleras para alcanzar la última planta donde dos amplias galerías dejan paso a múltiples salas. Las galerías dejan entrar la luz a través de amplios ventanales que en los costados ofrecen vistas del río, del puente Vecchio y de la ciudad entera. Algunos visitantes se empeñan en fotografiar todo intentando atrapar la belleza en una cámara. La luz deja ver techos decorados e infinitas esculturas y bustos que parecen vigilar el discurrir de los visitantes. Se ofrecen bancos para los pies cansados o simplemente para contemplar y descansar las emociones. Los grandes artistas y los menos conocidos se suceden y de ahí bajaremos a una planta donde la colección de pintura italiana se extiende por multitud de salas. Caminamos entre grupos que atienden en silencio a las explicaciones del guía, palabras que llegan a sus cabezas por auriculares, el silencio se agradece. Estos grupos se arremolinan en torno a esas obras imprescindibles y que llenan las guías y los libros de arte. Muchas veces yo elijo otras, me dejo llevar por los sentidos y busco esa sensación que provoca lo inesperado o lo no conocido sin atender a la firma de la obra. Y descubro a Il Perugino (1448-1523) con una crucifixión cuya María Magdalena se presenta delicadamente a los pies de Cristo. Sigo con una Virgen y el niño, que agarra el pecho descubierto. La obra pertenece a Giuliano Bugiardini (1476-1555), y el contraste de pieles blancas y ropajes oscuros resalta la figura central de la madre. Pasamos al blanco y negro con el cuadro de Giovanni Bellini (1430-1516), Lamentación sobre el cuerpo de Cristo, claros y oscuros en una composición admirable que no necesita color. Volvemos a las tonalidades con otra composición excepcional, coro de ángeles que rodean a la Virgen de la granada con el niño. Pertenece la obra a uno de los artistas que más atención se lleva en la galería, Sandro Botticelli (1445-1510). Cambiamos de siglo y admiro el retrato de Ortensia de Bardi di Montauto, del pintor Alessandro Allori (1535-1607). Y aparece Bronzino de nuevo con series de retratos magníficos que llenan un par de salas, y una Lamentación sobre el Cristo muerto en un escorzo imposible. Finalizo con la espectacular María Magdalena penitente, cambiando de siglo, obra de Carlo Dolci, 1616-1686. Llegamos así al final de una visita intensa y donde el arte da poca tregua.

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