
Y volvemos a Santa Felicita y encendemos la luz con moneda para ver de
nuevo el descendimiento de Pontormo y escuchar la explicación. La capilla es de
Bruneleschi y las once figuras que conforman el cuadro siguen mirando a los
visitantes. Un grupo de estudiantes italianos entran a la iglesia y se sientan
directamente, escuchan al maestro y se van. No ven el cuadro. Quizás ya lo
conozcan. Si no, sería pecado contra la sensibilidad hacer lo que han hecho.
Pasamos por la Iglesia de Orsanmichelle donde destaca una talla de un
crucificado, con volumen y expresión realista, obra de Andrea Orcagna
(1308-1368). El claustro de San Lorenzo alberga un bello naranjo, realzado bajo
el sol. No se acaba el arte, los tabernáculos presentes en muchas esquinas lo
recuerdan, o también el cenáculo de Santa Apolonia, con un inmenso fresco de la
última cena, obra de Andrea del Castagno (1419-1457), que se ubica en uno de
los frontales del antiguo refertorio del convento. También aquí aparece una
gran talla de un Cristo crucificado, obra de Rafaello de Montelupo (1505-1569).
El claustro de este lugar es hoy sede de un complejo universitario donde las
pintadas han sustituido a los frescos y donde la hierba crece libremente. Lo que
fue el convento de Santa Orsola aparece
revestido de billetes de dólar que han desaparecido en sus alturas más bajas. Dicen
que ahí pueden estar enterrados los restos de la modelo que sirvió a Leonardo
para su Mona Lisa.
Es hora de comer y tomamos un panini de Lesso o ternera, picante y
sabroso, comprado en un puesto callejero. Aumenta la presencia de turistas,
escolares y adultos, me invade esa sensación de que todo el mundo está en unas
perpetuas vacaciones. Decepcionante el helado de vainilla al precio de 6,50
euros. Decepciona el precio y la calidad. Los niños pintan en la calle,
sentados en un bordillo, la estatua de frente, la ciudad es una inmensa
oportunidad para ello. Se suceden las tiendas de venta de piel, bolsos y
prendas de vestir tanto en locales como en mercadillos. La plaza de la
Anunciatta se muestra vieja con ese encanto que da lo que no ha sido
restaurado. Con fachadas de antaño y porticada a trozos es un remanso de paz a
esa hora de la tarde. Esperamos la apertura de la basílica y en esas, a nuestra
izquierda, se abre una pequeña puerta que da paso a una Iglesia. Pasamos y la
persona al cargo nos sirve de guía improvisado de lo que es un Oratorio. Prolija
explicación sobre el origen del lugar y sobre la labor actual de los religiosos
que lo llevan que dicen misa en latín y que dan de comer diariamente en local
cercano a mas de doscientas personas. No cuentan con ninguna ayuda oficial, nos
muestra para finalizar la que piensan es la única escultura de del Castagno, un
San Jerónimo que nos dice acaba de llegar del Louvre. La Anunciatta por dentro
es espectacular también. Contiene una Anunciación que dicen fue pintada por Fra
Bartolomeo. Dicen que se durmió intentando terminar la cara de la virgen. Al
despertar estaba acabada. Eso llevó a que el pueblo quisiera que el lugar quedara
intramuros y se convirtiera en lugar de peregrinación. El claustro también
alberga frescos, pozo y silencio. En él destaca la Virgen del saco, fresco de
Del Sarto.
También hay iglesias modestas en Florencia, como la de San Ambrosio,
donde dos mujeres rezan el rosario y los niños se dirigen a catequesis. En la
plaza, ya fuera, un cartel enorme, silencio, gracias, sueño en curso. Nos sentamos
a descansar, a nuestra izquierda un señor mayor fuma un puro y a nuestra
derecha una señora no sabe cómo deshacerse de una vendedora china de pañuelos. De
hecho no lo hace y tras múltiples ofertas y ofrecimientos, que la señora no
acaba de rechazar, termina comprando mas pañuelos de los que necesita, lo que
según la vendedora es la mejor oferta hecha nunca. El arte de ganarse la vida. Existe
una especialización en el negocio ambulante pirata. Los árabes venden posters
que nadie quiere, los africanos exhiben gafas y bolsos, y las chinas se han
quedado con los pañuelos. En la Abadía Fiorentina siete monjas y cuatro monjes
entonan salmos en un ambiente de recogimiento previo a la misa. Cenamos en la
Ostería Gusta, orighenne y albóndiga gigante. Y para finalizar asistimos a una
gala lírica en la iglesia de Santa Mónica, ahora desacralizada. Arias de ópera
en un bonito entorno, con no mucha gente e interpretadas por la cantante y el
pianista. Florencia toca a su fin.
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