Día segundo, desayuno con vistas, el hotel ocupa una antigua torre
medieval y su emplazamiento al borde del río hace que la vista desde el comedor
que ocupa la última planta sea excelente. Es temprano, el objetivo es estar a
las 8:15 en la Galería de los Uffizi para acceder al museo antes de que las
colas aparezcan. Los corredores ya pisan las calles, la fiebre del running es
universal, hace frío. A pesar de la temprana hora ya hay gente esperando pero
entramos rápidamente. El día anterior hemos adquirido la tarjeta Firenze que
por 72 euros por persona te permite tener 72 horas de visita a la mayoría de
museos, iglesias y atracciones culturales de la ciudad. Empieza la cuenta
atrás. Dejo para otro espacio el comentario sobre los Uffizi. Tras unas tres
horas de visita nos dirigimos al Palacio Vecchio, actual sede del ayuntamiento
de la ciudad y edificio ligado desde su construcción en la edad media a la administración
pública. Empezamos a comprender lo que significa Florencia para el arte a
medida que atravesamos salones y salas. El salón del cinquecento, inmenso
espacio para actos públicos, desborda por su altura y por los enormes y
coloridos frescos de Vasari (1511-1574). Se suceden salas y habitaciones, entre
ellas las de Leonor de Toledo, española casada con Cosme I de Médici, duque de Florencia. Frescos y más frescos
decoran las paredes y techos. En la pequeña capilla de Leonor aparece un
espectacular Descendimiento de Bronzino (1503-1572), el decorador de la
capilla. En el salón de mapas gran colección de ejemplares antiguos, el
vigilante duerme, amodorrado, a la luz de la ventana. Subimos a la torre,
escalones hacia el cielo. Nadie en la cima. La última parte está cerrada al
público. Subida moderada y buenas vistas de la ciudad. Diversidad de colores
desde arriba, al color teja se le suma el amarillo que parece predominar en las
fachadas no señoriales. Sopla el aire. Es hora de comer y lo hacemos en el
Mercado Central, mercado de toda la vida, lleno de compras y puestos que
alberga además varios establecimientos donde comer eso que se denomina comida
casera. Elegimos el Nerbone que viene operando desde 1872. Cola para pedir y
aguzar la vista para pillar un hueco en las escasas mesas. Comemos un risotto y
arista al forno o lo que es lo mismo carne asada. Un sabroso pastel de manzana
comprado en otro de los puestos nos da energía para continuar la visita. Seguimos
por la Catedral de Santa María del Fiore. Espectacular recinto que destaca por
su decoración exterior en mezcla de mármoles blancos, verdes y rojos. La fachada
resiste los embates de los fotógrafos y la catedral como tal es de visita gratuita.
De amplia y alta nave la recorremos antes de ascender al Campanile, esbelta
torre que domina la ciudad. La subida se nos hace dura, quizás sea el peso de
la comida, las escaleras se agolpan y parecen no acabar nunca. Afortunadamente no
hay mucha gente, no es agobiante el espacio y la vista desde arriba merece el
esfuerzo. El museo del Duomo (del latín Domus Dei o Casa de Dios) alberga
historia de la Catedral y una espectacular e incompleta obra. La Piedad
florentina de Miguel Ángel. Una pieza de mármol inacabada donde el Cristo
carece de pierna izquierda, y no completada por todos los que siguieron
después, quizás un acto de homenaje al gran Buonarroti. Dicen que el maestro la
empezó con casi 80 años. Lo que pudo haber sido y lo que es o el triunfo de la
imperfección. Descansamos brevemente en la plaza que se puebla de turistas. La diferencia
está en la creatividad. Múltiples pintores trabajan sus acuarelas, pinceles y
lápices y dan rienda suelta a las ideas que quieren vender. Ideas nuevas, como
las de las múltiples tiendas de moda. Bastan unas horas para descubrir que la
ciudad es un hervidero de potenciales creadores en busca de nuevas dimensiones
estéticas aplicadas a todos los órdenes de la vida. Seguimos por el Batisterio
cuya fachada se encuentra en obras. El interior es más de lo mismo,
sobrecogedor espacio con cúpula de infinitos mosaicos de estilo bizantino
coronados por un enorme Pantocrator. Dejo para otro espacio la visita al
Palacio Strozzi. Es la última visita del día y cenamos pronto en la Casa del
Vin Santo, a la luz de una vela que calienta las manos. Spaghetti frutti di
mare y calzone. Paseamos después, abrigados, la ciudad se torna oscura, ya
cansados y casi desbordados por lo visto desandamos lo andado. El descanso
espera.
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