sábado, 29 de marzo de 2014

florencia-día 2



Día segundo, desayuno con vistas, el hotel ocupa una antigua torre medieval y su emplazamiento al borde del río hace que la vista desde el comedor que ocupa la última planta sea excelente. Es temprano, el objetivo es estar a las 8:15 en la Galería de los Uffizi para acceder al museo antes de que las colas aparezcan. Los corredores ya pisan las calles, la fiebre del running es universal, hace frío. A pesar de la temprana hora ya hay gente esperando pero entramos rápidamente. El día anterior hemos adquirido la tarjeta Firenze que por 72 euros por persona te permite tener 72 horas de visita a la mayoría de museos, iglesias y atracciones culturales de la ciudad. Empieza la cuenta atrás. Dejo para otro espacio el comentario sobre los Uffizi. Tras unas tres horas de visita nos dirigimos al Palacio Vecchio, actual sede del ayuntamiento de la ciudad y edificio ligado desde su construcción en la edad media a la administración pública. Empezamos a comprender lo que significa Florencia para el arte a medida que atravesamos salones y salas. El salón del cinquecento, inmenso espacio para actos públicos, desborda por su altura y por los enormes y coloridos frescos de Vasari (1511-1574). Se suceden salas y habitaciones, entre ellas las de Leonor de Toledo, española casada con Cosme I de Médici, duque de Florencia. Frescos y más frescos decoran las paredes y techos. En la pequeña capilla de Leonor aparece un espectacular Descendimiento de Bronzino (1503-1572), el decorador de la capilla. En el salón de mapas gran colección de ejemplares antiguos, el vigilante duerme, amodorrado, a la luz de la ventana. Subimos a la torre, escalones hacia el cielo. Nadie en la cima. La última parte está cerrada al público. Subida moderada y buenas vistas de la ciudad. Diversidad de colores desde arriba, al color teja se le suma el amarillo que parece predominar en las fachadas no señoriales. Sopla el aire. Es hora de comer y lo hacemos en el Mercado Central, mercado de toda la vida, lleno de compras y puestos que alberga además varios establecimientos donde comer eso que se denomina comida casera. Elegimos el Nerbone que viene operando desde 1872. Cola para pedir y aguzar la vista para pillar un hueco en las escasas mesas. Comemos un risotto y arista al forno o lo que es lo mismo carne asada. Un sabroso pastel de manzana comprado en otro de los puestos nos da energía para continuar la visita. Seguimos por la Catedral de Santa María del Fiore. Espectacular recinto que destaca por su decoración exterior en mezcla de mármoles blancos, verdes y rojos. La fachada resiste los embates de los fotógrafos y la catedral como tal es de visita gratuita. De amplia y alta nave la recorremos antes de ascender al Campanile, esbelta torre que domina la ciudad. La subida se nos hace dura, quizás sea el peso de la comida, las escaleras se agolpan y parecen no acabar nunca. Afortunadamente no hay mucha gente, no es agobiante el espacio y la vista desde arriba merece el esfuerzo. El museo del Duomo (del latín Domus Dei o Casa de Dios) alberga historia de la Catedral y una espectacular e incompleta obra. La Piedad florentina de Miguel Ángel. Una pieza de mármol inacabada donde el Cristo carece de pierna izquierda, y no completada por todos los que siguieron después, quizás un acto de homenaje al gran Buonarroti. Dicen que el maestro la empezó con casi 80 años. Lo que pudo haber sido y lo que es o el triunfo de la imperfección. Descansamos brevemente en la plaza que se puebla de turistas. La diferencia está en la creatividad. Múltiples pintores trabajan sus acuarelas, pinceles y lápices y dan rienda suelta a las ideas que quieren vender. Ideas nuevas, como las de las múltiples tiendas de moda. Bastan unas horas para descubrir que la ciudad es un hervidero de potenciales creadores en busca de nuevas dimensiones estéticas aplicadas a todos los órdenes de la vida. Seguimos por el Batisterio cuya fachada se encuentra en obras. El interior es más de lo mismo, sobrecogedor espacio con cúpula de infinitos mosaicos de estilo bizantino coronados por un enorme Pantocrator. Dejo para otro espacio la visita al Palacio Strozzi. Es la última visita del día y cenamos pronto en la Casa del Vin Santo, a la luz de una vela que calienta las manos. Spaghetti frutti di mare y calzone. Paseamos después, abrigados, la ciudad se torna oscura, ya cansados y casi desbordados por lo visto desandamos lo andado. El descanso espera.

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