Vamos juntos hasta Italia. Me acuerdo de los Hombres G. Cuantas veces
habré cantado o bailado esa canción. Nunca he estado allí. Ella tampoco. Destino
cercano. No me compraré un jersey a rayas. Lo llevo puesto. No nos bañaremos en
la playa. Es marzo todavía, Invierno, lunes, día 10, azul, la primavera asoma,
impetuosa, y mueve y remueve la vida. Llega ésta y empiezo a estornudar. Alergia
a la exuberancia de la vida, a su exceso. La canción se titulaba Venecia, pero
nosotros vamos a Florencia. La nieve se ve ahí abajo. Las montañas, los
Pirineos, manto blanco, parece cercano, sólo se escucha el ruido de algo que
surca los aires, miles de vuelos diarios, autopistas sin carriles. Y de Barcelona
al mar, oscuroy azul, delimitado por
costas y playas. Brumas mañaneras, sí, algodones volantes, suspendidos. Y llega
un momento en que los azules se funden y es difícil distinguir que es qué. La lejanía
no ayuda, la línea del horizonte se perdió. Escribo con un bolígrafo que
llevaba encerrado más de 20 años, sin usar. La tinta no se ha secado. Uno de
esos objetos que guardamos, regalo de empresa, boli de marca, y que nos da no
sé qué usar, y así pasan los años para no cumplir nunca su función. Ahora cumple
una utilidad, objeto con tintes emocionales, miedo a perderlo, miedo a perder
el recuerdo. Y de repente se acaba el Mediterráneo y aparece tierra, idéntica
desde el aire a la española, y al fondo los Alpes, inmensos, blancos en
múltiples valles, quizás sea el Mont Blanc el del fondo, y de nuevo al mar para
tomar tierra en Pisa. Tren a Florencia o Firenze. Los jóvenes estudiantes
esperan el tren, los móviles también en sus manos. El tren regional surca
tierras desconocidas pero de impacto visual conocido. El paisaje urbano y no
urbano es similar. Una chica pide con papel en dos idiomas. Estaciones intermedias,
antiguas, recogidas entre huertos y campo, entramos en valle con río alrededor
del cual se eleva el terreno. El tren adormece, su traqueteo, y es la hora de
la siesta del borrego. Se ha ido el sol a esconderse a esta hora del mediodía.
Florencia estación. Primera impresión, gente y bullicio. Caminamos al hotel,
primer cruce del Puente Vecchio. Lo recorreremos en múltiples ocasiones. El hotel
está al otro lado del puente que cruza el río Arno. Posición privilegiada,
cómodos en la habitación 504. Salimos a comer, para empezar un pani, o
bocadillo redondo. Bar con turistas. Y empezamos a pasear. Visitamos la iglesia
de Santa Felicita, cercana al hotel, hay poca luz, recorremos la nave, una
capilla en la entrada con un óleo de grandes dimensiones. Una señora espera
sentada a que alguien compre alguna postal y otros objetos. Algún turista más,
entra un señor muy mayor con una acompañante y una moneda de un euro hace que
se ilumine la capilla enrejada. Todo cambia con la luz, pegados a la reja
admiramos lo que antes no veíamos. Es un descendimiento, al autor se le conoce
como Pontormo (Jacopo Carrucci- 1494-1557). La obra es de 1528. Descendimiento
diferente, no hay cruz, los tejidos muestran colores suaves, tonos pastel,
blancos y azules, la composición es magnífica, once figuras que llenan la
escena. Algunos gestos para la historia, como el de Nicodemo. Se apaga la luz, la
bombilla hace ruido, a intervalos regulares, seguimos pegados, recordando lo
visto, el señor se va. Compro un par de imágenes. Sólo esa visión vale un viaje. Seguimos
el paseo, más iglesias, un baño comunal por un euro. Casas planas donde el
relieve lo ponen las contra ventanas de madera. Ausencia de balcones. La misa
suena similar en el idioma italiano, si acaso un poco más cantarina y
melodiosa. Los franciscanos de la Inmaculada lucen hábitos de azul claro, y
parecen en su mayoría de origen africano y asiático, rezan el rosario. Es en la
iglesia de Oggnisanti. Se suceden las tiendas relacionadas con el arte,
estudios de creación, antigüedades,…., el estudio galería Romanelli empezó su
actividad en 1777 y ya va por la quinta generación de escultores. Amplia nave
con obras originales y copias que rebosan estanterías y suelos. Ofrecen clases
y aceptan todo tipo de encargos. Empieza a oscurecer y cenamos pronto. En La Lámpara,
spaghettis y pizza. La pasta con salsa arrabiata, que como su nombre indica es
una salsa picante aunque no llega a rabiosa. Paseamos y hace frío, compro una
bufanda. Se recogen poco a poco los puestos callejeros. Y paramos en la Plaza
de la Señoría, un museo en sí mismo, esculturas al aire libre o cubiertas por
un pórtico. Algunas gigantes como la copia del David. Destaca la estatua de
Perseo sosteniendo la cabeza de Medusa, obra cumbre de Cellini (1500-1571),
realizada en bronce. La iluminación parece escasa, mejor, ambiente de otro
tiempo, la gente también escasea. Es hora de recogerse. De nuevo al puente,
camino del descanso.
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