sábado, 22 de marzo de 2014

florencia-día 1



Vamos juntos hasta Italia. Me acuerdo de los Hombres G. Cuantas veces habré cantado o bailado esa canción. Nunca he estado allí. Ella tampoco. Destino cercano. No me compraré un jersey a rayas. Lo llevo puesto. No nos bañaremos en la playa. Es marzo todavía, Invierno, lunes, día 10, azul, la primavera asoma, impetuosa, y mueve y remueve la vida. Llega ésta y empiezo a estornudar. Alergia a la exuberancia de la vida, a su exceso. La canción se titulaba Venecia, pero nosotros vamos a Florencia. La nieve se ve ahí abajo. Las montañas, los Pirineos, manto blanco, parece cercano, sólo se escucha el ruido de algo que surca los aires, miles de vuelos diarios, autopistas sin carriles. Y de Barcelona al mar, oscuro  y azul, delimitado por costas y playas. Brumas mañaneras, sí, algodones volantes, suspendidos. Y llega un momento en que los azules se funden y es difícil distinguir que es qué. La lejanía no ayuda, la línea del horizonte se perdió. Escribo con un bolígrafo que llevaba encerrado más de 20 años, sin usar. La tinta no se ha secado. Uno de esos objetos que guardamos, regalo de empresa, boli de marca, y que nos da no sé qué usar, y así pasan los años para no cumplir nunca su función. Ahora cumple una utilidad, objeto con tintes emocionales, miedo a perderlo, miedo a perder el recuerdo. Y de repente se acaba el Mediterráneo y aparece tierra, idéntica desde el aire a la española, y al fondo los Alpes, inmensos, blancos en múltiples valles, quizás sea el Mont Blanc el del fondo, y de nuevo al mar para tomar tierra en Pisa. Tren a Florencia o Firenze. Los jóvenes estudiantes esperan el tren, los móviles también en sus manos. El tren regional surca tierras desconocidas pero de impacto visual conocido. El paisaje urbano y no urbano es similar. Una chica pide con papel en dos idiomas. Estaciones intermedias, antiguas, recogidas entre huertos y campo, entramos en valle con río alrededor del cual se eleva el terreno. El tren adormece, su traqueteo, y es la hora de la siesta del borrego. Se ha ido el sol a esconderse a esta hora del mediodía. Florencia estación. Primera impresión, gente y bullicio. Caminamos al hotel, primer cruce del Puente Vecchio. Lo recorreremos en múltiples ocasiones. El hotel está al otro lado del puente que cruza el río Arno. Posición privilegiada, cómodos en la habitación 504. Salimos a comer, para empezar un pani, o bocadillo redondo. Bar con turistas. Y empezamos a pasear. Visitamos la iglesia de Santa Felicita, cercana al hotel, hay poca luz, recorremos la nave, una capilla en la entrada con un óleo de grandes dimensiones. Una señora espera sentada a que alguien compre alguna postal y otros objetos. Algún turista más, entra un señor muy mayor con una acompañante y una moneda de un euro hace que se ilumine la capilla enrejada. Todo cambia con la luz, pegados a la reja admiramos lo que antes no veíamos. Es un descendimiento, al autor se le conoce como Pontormo (Jacopo Carrucci- 1494-1557). La obra es de 1528. Descendimiento diferente, no hay cruz, los tejidos muestran colores suaves, tonos pastel, blancos y azules, la composición es magnífica, once figuras que llenan la escena. Algunos gestos para la historia, como el de Nicodemo. Se apaga la luz, la bombilla hace ruido, a intervalos regulares, seguimos pegados, recordando lo visto, el señor se va. Compro un par de imágenes. Sólo esa visión vale un viaje. Seguimos el paseo, más iglesias, un baño comunal por un euro. Casas planas donde el relieve lo ponen las contra ventanas de madera. Ausencia de balcones. La misa suena similar en el idioma italiano, si acaso un poco más cantarina y melodiosa. Los franciscanos de la Inmaculada lucen hábitos de azul claro, y parecen en su mayoría de origen africano y asiático, rezan el rosario. Es en la iglesia de Oggnisanti. Se suceden las tiendas relacionadas con el arte, estudios de creación, antigüedades,…., el estudio galería Romanelli empezó su actividad en 1777 y ya va por la quinta generación de escultores. Amplia nave con obras originales y copias que rebosan estanterías y suelos. Ofrecen clases y aceptan todo tipo de encargos. Empieza a oscurecer y cenamos pronto. En La Lámpara, spaghettis y pizza. La pasta con salsa arrabiata, que como su nombre indica es una salsa picante aunque no llega a rabiosa. Paseamos y hace frío, compro una bufanda. Se recogen poco a poco los puestos callejeros. Y paramos en la Plaza de la Señoría, un museo en sí mismo, esculturas al aire libre o cubiertas por un pórtico. Algunas gigantes como la copia del David. Destaca la estatua de Perseo sosteniendo la cabeza de Medusa, obra cumbre de Cellini (1500-1571), realizada en bronce. La iluminación parece escasa, mejor, ambiente de otro tiempo, la gente también escasea. Es hora de recogerse. De nuevo al puente, camino del descanso.

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