sábado, 15 de febrero de 2014

san cibrao, verano 2001



Vacaciones de verano del 2001. Toro suena a vino y denominación de origen. También a arte y Colegiata. Visitamos ésta con su portada policromada, llamada La Majestad. Todo esto camino de Zamora, sede de las Edades del Hombre, de título Remembranza. Un par de noches alojados en el hostal Alfonso IX, cinco camas individuales en una única habitación, en la avenida del mismo nombre, punto de comienzo de una calle peatonal que alberga una gran cantidad de iglesias románicas, según dicen, la mayor acumulación de toda Europa. Paseo arriba y abajo hasta llegar a la Catedral al borde del hermoso Duero. Visitamos igualmente el Museo de la Semana Santa, donde destacan las tallas del imaginero zamorano del diecinueve Ramón Alvarez. Guardo buen recuerdo de Zamora, ciudad compacta, pequeña, de provincias. Acogedora, recuerdo una tarde de lluvia repentina y de merienda cena en cafetería de antaño, guarida ante la climatología, lugar de sillas altas de sky rojo y de sándwiches de esos de antes. Y aún cuando sea falso, parece que el tiempo no avanza en estas ciudades donde parece que todo se sabe, y donde la noche llega silenciosa. Hacemos parada breve en Astorga de camino al mar. Y llegamos a San Ciprián o San Cibrao, al hostal Buenavista, en primera línea de playa, antiguo pero acogedor. Con salón comedor de amplios ventanales por donde entra la luz. Con pensión completa por unos cien euros al día. Y si hay algo que destaca del hostal es su comida y su cena. Amplia, abundante y de calidad. Todo servido con amabilidad y con cariño hacia clientes que parecen fijos o de toda la vida. Aún estando el mar a un paso, cruzar la calle, no está el tiempo para grandes derroches pero los paseos se agradecen o los juegos de pelota. Y siempre quedan las múltiples excursiones. La mariña lucense da para mucho. Para perderse en carreteras que siempre ofrecen mar tras una curva, para jugar en la arena, para fotografiar gaviotas o atardeceres rojos o para visitar faros perdidos como el de Cabo Ortegal. Visitamos Sargadelos y su fábrica de cerámica, el Museo Provincial del mar, y otras localidades como Viveiro o Lourenzá, con la ermita de San Andrés de Teixido, o asistimos a los imponentes acantilados, los más altos de Europa, que van hasta Cariño. El paisaje se hace escocés, de páramos sin árboles. En Burela visitamos el barco Nuestra Señora del Carmén de la Fundación Expomar que enseña e ilustra la pesca del bonito. Interesante visita para atisbar la dureza de la profesión. Especial y grato recuerdo el de Mondoñedo y especialmente el del chaval que hacía la visita guiada al Museo Catedralicio “Santos San Cristobal”. Si a usted no le gusta el arte sacro vaya a ese pueblo y abra los sentidos. Espero que siga por allí, lo reconocería nada mas empezara a hablar. El museo es un bazar de salas y obras que acaba en un desván lleno de arte por clasificar, pero lo que destaca es la ilusión del guía, parece que fuera su última visita, y se agradece que alguien viva su trabajo con tamaña profesionalidad. Pagamos 500 pesetas por la visita y queda para la memoria esa frase que tanto repitieron los niños tras referirse el guía a un Ecce Hommo del siglo XIII, “pelo natural, ojos de cristal”. Sencillamente inolvidable. Hubo tiempo de más, el tiempo de las vacaciones parece que se dobla, y hasta visitamos las urgencias del médico, la alergia seguía persiguiendo a Ander, y ya de camino a Vitoria por la costa cantábrica paramos en esa maravilla de la naturaleza que es la playa de las catedrales donde aún siendo temprano los visitantes pasan bajo los arcos y mojan los pies en un mar tranquilo. Descanso en Cudillero, pueblo de pesca y turismo, de postal. Y paramos en Oviedo para descansar y dormir, en el hotel Ramiro I, y tiempo hubo de visitar Catedral, de piedra negra, y Santa María de Naranco, obra cumbre del prerrománico. Todo envuelto en lo de siempre, esos años de infancia, ocho y seis, donde todo vale, donde duermen como benditos, donde cada minuto parece una fiesta, donde no pierden la sonrisa tras los enfados, y donde el cansancio no hace mella hasta que llega la noche que arropa los sueños.

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