¿Y si la ciclogénesis explosiva hubiera
barrido de este país a todos los miserables, habiendo discernido entre buenos y
malos? Demasiado difícil, ciencia ficción. ¿Y si en vez de enseñar a niños a
cocinar, a ser adultos antes de tiempo, se les dejara jugar? Y así no ser
protagonistas de realitys absurdos donde lloran cuando hay que llorar y donde las
emociones fluyen de fracasos culinarios, de comidas diferentes en país donde la
miseria avanza, la gente espera a la salida de supermercados para llevarse lo
sobrante y donde los contenedores se abren mas que nunca para ser buscados. ¿Y
si se les enseñara también eso? Pero eso significa pensar, y eludir el reflexionar sobre la
dulcificación de una Navidad cada vez mas empalagosa y edulcorada, porque
pensar significa hablar de reparto y de justicia, y eso es ser un amarga cenas
o un pensador solitario, o un pesimista más, o uno de esos que sobra en la
eterna celebración de lo irreal. ¿Y si no hubiera que atender a nadie en una
calle de Vitoria, aterido de frío, la mañana de Natividad? ¿Qué pecado cometió?
¿Y si la lluvia inundara los pulmones de los que explotan y oprimen en vez de
cumplir su ciclo y volver al mar o filtrarse para saciar la tierra? ¿Y si toda
esta hambre de justicia se pudiera paliar con pensamientos o rezos? ¿Y si lo
imposible fuera posible?, ¿Y si no olvidáramos nada?, ¿y si no olvidáramos todo?
¿Y si ellos no olvidaran?
¿Y si el Canon sonara infinito, por siempre?, la música siempre al rescate, en calles angostas llenas de vida que cumple ritos de Navidad. Como terapia, como conciencia plena, de vida, de movimiento, de instante vivido, como recuerdo de seguir a media luz, lleno de preguntas.
¿Y si el Canon sonara infinito, por siempre?, la música siempre al rescate, en calles angostas llenas de vida que cumple ritos de Navidad. Como terapia, como conciencia plena, de vida, de movimiento, de instante vivido, como recuerdo de seguir a media luz, lleno de preguntas.
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