Los musicales no
necesitan a veces de grandes espacios ni de costosísimos montajes. La música puede
sonar en un vagón de metro o en calle céntrica y bastan cuatro acordes o una
voz rasgada para tocar la fibra del alma. El espacio del Teatro Lara es
recogido, escaso, íntimo, de butacas duras y espacios poco dados a la expansión
de nadie, el escenario no da para mucho más, y parece lleno de entrada, cuatro
músicos que esperan que el público se siente, una litera ocupada ya de inicio y
poco o nada más. Suficiente. El pasillo muestra una escalera que podría subir
al anfiteatro o podría simular los pasos al cielo. Por ahí se desliza la voz de
la llamada nada más apagarse las luces, en forma de canción, esa que nunca
olvidaremos, I will always love you, de Whitney Houston. A partir de ahí se
produce la expansión que no necesita espacio sino corazones que recojan el
testigo y usted sabrá que la capacidad del alma para expandirse es infinita, y
entonces se produce el milagro del directo, el tiempo vuela entre diálogos
frescos, con humor, bien llevados y con interpretaciones musicales más que
notables. Los actores, sobresalientes, el tema, de la fe, tratado con respeto, nada
fácil. Todo ello para llegar a un final vibrante con una canción que horas
después sigue resonando en los oídos. El público entregado, yo diría que
sorprendido. La sonrisa del final es síntoma de haberlo pasado bien. Se consiguió
lo menos fácil, hacer que el de abajo disfrute, y vuelvo al principio, los
medios son escasos, pero como sucede siempre, es el artista el que salva la
función y aquí no solo la salvan sino que la elevan, a cotas de esos espectáculos que no se pueden
dejar de ver, imprescindible.
La Llamada (en el
Teatro Lara).
No hay comentarios:
Publicar un comentario