domingo, 29 de septiembre de 2013

medina del campo-1



Medina del Campo me trae recuerdos de viajes nocturnos, de estación en penumbra, de expreso de noche, de somnolencia, de andenes de maleta y cajas, de literas sin dormir y de asientos de plástico desde los que se atisba un cartel y vida viajera. De parada intermedia. Hoy la estación conserva el techado antiguo y el vestíbulo es azul, azulón, y la vida parece haberse detenido en aquel lejano 1902, año de su construcción. Hay paz a esta hora del mediodía, septiembre veraniego aún,  acabamos de abandonar el castillo de la Mota, dos horas de visita guiada dividida en dos partes. Se define mota como elevación de escasa altura, casi tan insignificante como esa motas de polvo. Indistinguible desde el aire, sí desde tierra. Suficiente entidad como para servir de asentamiento natural y defensivo. Ahí nació Medina. La visita se disfruta. Firmamos una autorización para subir a la torre del homenaje. Pocas escaleras pero de escalón alto e incómodo. No aptas para edades lejanas. La subida merece la pena. Desde arriba la vista se pierde, la ancha Castilla. Abajo el camposanto, con verdes enjutos y elevados al cielo. El castillo se muestra enladrillado, en sol y sombra mañanera que pide chaqueta. Hay visitantes, en busca de historia o de descanso, quizás a rebufo de la antigua vida televisada de Isabel, es martes, y la vida de ahora no existe más allá de las paredes, gruesas, de la fortaleza; se escuchan pasos y comentarios, lo demás silencio. El castillo fue reconstruido por la Falange tras la guerra civil, años 40, ahí se instaló la sección femenina y su internado. Nos asomamos al mirador de la reina Juana, la loca. Dicen que aquí pasaba horas y hasta aquí vino su madre Isabel a cuidar su locura. La lección no es sólo de historia sino de lenguaje. Hay partes de la construcción en las que se emplea cal y canto, el rodado. Y los agujeros de las paredes se llaman mechinales, enganches para andamios. También hay impactos que no agujerean la pared, y son de lucha, casi inofensivos en aquellos tiempos, muescas sobre la rotunda construcción. El foso no tiene agua y no es por falta de ella. Es diseño, para dar visibilidad a la galería subterránea que recorremos, ideada en el siglo XV por ingenieros italianos al servicio del rey Fernando. Desde ahí se dispara y se para el asedio. Y para finalizar el patio del castillo contempla una copia de la portada de piedra del Hospital de la Latina. Este nombre se debe al de su fundadora, Beatriz Galindo, profesora de latín de la reina Isabel, y que junto con su marido Francisco Ramírez construyen
este hospital en el barrio que hoy se conoce de esa guisa en Madrid. La portada original está en la escuela de Arquitectura de la capital, esperando a ser visitada. Ya es hora y comemos al aire libre, en Medina, bajo las sombrillas gigantes, el restaurante Continental 1904 lleva más de un siglo haciendo lo que hoy, y debe haberlo hecho bien, no es una excepción este martes, menú abundante y bueno.

1 comentario:

Miguel A. Lechuga dijo...

Con tu relato, su narración y descripción, nos trasladas las sensaciones de ese momento. No conozco Medina del Campo, pero me has hecho a la idea de que merece la pena visitarla. Me encantan los sitios con historia.

Un abrazo.