Medina del Campo me trae recuerdos de
viajes nocturnos, de estación en penumbra, de expreso de noche, de somnolencia,
de andenes de maleta y cajas, de literas sin dormir y de asientos de plástico desde
los que se atisba un cartel y vida viajera. De parada intermedia. Hoy la estación conserva el techado
antiguo y el vestíbulo es azul, azulón, y la vida parece haberse detenido en
aquel lejano 1902, año de su construcción. Hay paz a esta hora del mediodía,
septiembre veraniego aún, acabamos de
abandonar el castillo de la Mota, dos horas de visita guiada dividida en dos
partes. Se define mota como elevación de escasa altura, casi tan insignificante
como esa motas de polvo. Indistinguible desde el aire, sí desde tierra. Suficiente
entidad como para servir de asentamiento natural y defensivo. Ahí nació Medina.
La visita se disfruta. Firmamos una autorización para subir a la torre del
homenaje. Pocas escaleras pero de escalón alto e incómodo. No aptas para edades
lejanas. La subida merece la pena. Desde arriba la vista se pierde, la ancha
Castilla. Abajo el camposanto, con verdes enjutos y elevados al cielo. El castillo
se muestra enladrillado, en sol y sombra mañanera que pide chaqueta. Hay visitantes,
en busca de historia o de descanso, quizás a rebufo de la antigua vida
televisada de Isabel, es martes, y la vida de ahora no existe más allá de las
paredes, gruesas, de la fortaleza; se escuchan pasos y comentarios, lo demás
silencio. El castillo fue reconstruido por la Falange tras la guerra civil,
años 40, ahí se instaló la sección femenina y su internado. Nos asomamos al
mirador de la reina Juana, la loca. Dicen que aquí pasaba horas y hasta aquí
vino su madre Isabel a cuidar su locura. La lección no es sólo de historia sino
de lenguaje. Hay partes de la construcción en las que se emplea cal y canto, el
rodado. Y los agujeros de las paredes se llaman mechinales, enganches para
andamios. También hay impactos que no agujerean la pared, y son de lucha, casi
inofensivos en aquellos tiempos, muescas sobre la rotunda construcción. El foso
no tiene agua y no es por falta de ella. Es diseño, para dar visibilidad a la
galería subterránea que recorremos, ideada en el siglo XV por ingenieros italianos
al servicio del rey Fernando. Desde ahí se dispara y se para el asedio. Y para
finalizar el patio del castillo contempla una copia de la portada de piedra del
Hospital de la Latina. Este nombre se debe al de su fundadora, Beatriz Galindo,
profesora de latín de la reina Isabel, y que junto con su marido Francisco Ramírez
construyen domingo, 29 de septiembre de 2013
medina del campo-1
Medina del Campo me trae recuerdos de
viajes nocturnos, de estación en penumbra, de expreso de noche, de somnolencia,
de andenes de maleta y cajas, de literas sin dormir y de asientos de plástico desde
los que se atisba un cartel y vida viajera. De parada intermedia. Hoy la estación conserva el techado
antiguo y el vestíbulo es azul, azulón, y la vida parece haberse detenido en
aquel lejano 1902, año de su construcción. Hay paz a esta hora del mediodía,
septiembre veraniego aún, acabamos de
abandonar el castillo de la Mota, dos horas de visita guiada dividida en dos
partes. Se define mota como elevación de escasa altura, casi tan insignificante
como esa motas de polvo. Indistinguible desde el aire, sí desde tierra. Suficiente
entidad como para servir de asentamiento natural y defensivo. Ahí nació Medina.
La visita se disfruta. Firmamos una autorización para subir a la torre del
homenaje. Pocas escaleras pero de escalón alto e incómodo. No aptas para edades
lejanas. La subida merece la pena. Desde arriba la vista se pierde, la ancha
Castilla. Abajo el camposanto, con verdes enjutos y elevados al cielo. El castillo
se muestra enladrillado, en sol y sombra mañanera que pide chaqueta. Hay visitantes,
en busca de historia o de descanso, quizás a rebufo de la antigua vida
televisada de Isabel, es martes, y la vida de ahora no existe más allá de las
paredes, gruesas, de la fortaleza; se escuchan pasos y comentarios, lo demás
silencio. El castillo fue reconstruido por la Falange tras la guerra civil,
años 40, ahí se instaló la sección femenina y su internado. Nos asomamos al
mirador de la reina Juana, la loca. Dicen que aquí pasaba horas y hasta aquí
vino su madre Isabel a cuidar su locura. La lección no es sólo de historia sino
de lenguaje. Hay partes de la construcción en las que se emplea cal y canto, el
rodado. Y los agujeros de las paredes se llaman mechinales, enganches para
andamios. También hay impactos que no agujerean la pared, y son de lucha, casi
inofensivos en aquellos tiempos, muescas sobre la rotunda construcción. El foso
no tiene agua y no es por falta de ella. Es diseño, para dar visibilidad a la
galería subterránea que recorremos, ideada en el siglo XV por ingenieros italianos
al servicio del rey Fernando. Desde ahí se dispara y se para el asedio. Y para
finalizar el patio del castillo contempla una copia de la portada de piedra del
Hospital de la Latina. Este nombre se debe al de su fundadora, Beatriz Galindo,
profesora de latín de la reina Isabel, y que junto con su marido Francisco Ramírez
construyen soldado
Eran grises contra azules, casacas o
guerreras, a caballo o a pie, entre humos de cañonazos o a sable limpio, guerra
intestina la de secesión americana, ellos la llaman también su guerra civil. Eran
confederados contra federales, los secesionistas contra los unionistas. Cuando
era pequeño habitaban mis suelos y mi cabeza. Soldaditos de plástico en lucha
final y películas de domingo tarde en sesión doble. El libro llevaba escondido
tiempo en los armarios, la edición es del 75, escrito a finales del siglo XIX
por el soldado Bellard, inglés emigrado a los Estados Unidos. No sólo cuenta,
también dibuja, y en color o en blanco y negro traza recuerdos y escenas de
sangre y cotidianeidad. Relata la guerra como una aventura sin estridencias, con
la muerte que ronda pero sin perder el nervio ni la templanza. No existe la
opinión o casi, es relato de hechos, vida en marcha entre lluvia, barro y sol.
Campamento que se crea y se levanta. Es herido en una pierna y queda
imposibilitado para el combate. Así termina sus años de servicios en el cuerpo
de veteranos heridos de guerra. Veterano en batallas que no en edad. El relato
es ameno y feliz en su término para él, y pleno de verosimilitud por mor de los
lápices de múltiples colores.
Gone for a soldier. The civil war memoirs of private Alfred Bellard
domingo, 22 de septiembre de 2013
memorias movedizas
Compré este libro durante el verano en
una liquidación que organizó La Fábrica Editorial. El local albergaba en su
sótano pocos ejemplares pero atractivos en su mayoría. Ojeé y elegí dos. No me
arrepiento de éste. Madre e hija dialogan sin diálogo. La madre empieza y la
hija sigue. No hay preguntas ni respuestas. Hay diferentes puntos de vista o
semejantes con estilos contrapuestos y diferentes y antagónicos. Y se habla de
toda una vida y sobre todo del infierno en el que se convirtió Chile tras el
golpe de Pinochet y en la lucha que ambas protagonizaron para no olvidar la
libertad y para pelear por ella. El tiempo les devolvió la sonrisa del objetivo
cumplido. Ambas viven todavía, la madre ya una anciana, todavía escribiendo, la
hija cineasta residente en París. Memorias de infancia, adolescencia y madurez
por duplicado, con personajes que se enlazan y familias que se acercan y se
alejan. Se pregunta la madre en su infancia por los “secretos que esconden los
adultos” y se lamenta la hija en la suya del “desborde de ausencia, de tu
ausencia…”. Puntos de encuentro tras el cambio generacional. Entre el yo cuento
y el tú cuentas transcurre un emocionante relato, verídico y deliciosamente poético
cuando se aleja de los acontecimientos políticos marcados por la dictadura militar.
marilyn
Recuerdo su aparición en Niágara, un día
haciendo zapping, exuberante, llenando pantallas y planos. La rubia deseada. Difícil
soltar el mando, difícil cambiar de canal, un día veré sus películas. El libro
titulado Fragmentos lleva en portada una fotografía impagable, Marilyn mira
hacia una fuente de luz sentada en un sofá, girando su cabeza, la expresión
denota sorpresa, incluso inquietud, podría ser hasta miedo. El contraste de
colores magnífico, preparada o no, puede definir una vida. Dice el prologuista
Tabucchi que “la vida es una sola y nos obliga a ser una sola cosa, la que los
demás piensan que somos,….”. Quizás eso mato a Marilyn. La que pasó de ser una niña abandonada, “nunca
mas una niñita sola” a mujer casada a los 16 con James Dougherty y donde la
foto muestra sonriente a una chica que en poco se parece a la famosa actriz. De
ahí a alma atormentada. Dice ella que cuando quería escapar de su desdicha
acudía a “aquel domingo de cuando tenía
14 años porque fui todo eso aquel día..” (alegre y llena de esperanza). No valió
el recuerdo mucho más allá y el porvenir se volvió negro e inalcanzable,
definitivamente perdido.
viernes, 20 de septiembre de 2013
JRJ
Son mas de 1000 páginas y lleva su
tiempo, temporadas, meses, a salto de mata. El volumen reúne prosa, críticas,
cartas, sus notas sobre personajes públicos,…todo de mano y letra del gran
poeta. Esta es su definición: “Un poeta no es sino un hombre descontento que trastorna
el mundo a su antojo…”. El lenguaje excelso, vocabulario desconocido, difícil
de entender a veces, me pierdo en su poesía hecha prosa. Porque aunque él afirme:
“Porque no se trata de decir cosas chocantes…, sino de decir la verdad
sencillamente, la mayor verdad, y del modo más claro posible y más directo” (3-mayo-1916),
esa verdad se puede decir de muchas formas y a veces con palabras de un
diccionario desconocido. “Una tarde hice unos versos”, así empieza la
antología. Y así paso a paso leo a través de los años y llego a Platero y yo,
donde JRJ define la infancia como el periodo donde “Se mira todo y no se ve”, delicioso
el texto, que transmite serenidad y paz. También habla de España, de una que
sea trabajada por todos, sin charlatanerías. Y acierta con su descripción de
esos españoles diferentes que “no se contentaron con el solar y la raza”. Resulta
sublime la lánguida imagen que refleja de una cuadrilla de toreros a la que
nadie sigue camino de la plaza. Y me encanta ese texto llamado “el techo” donde
describe su “Sanatorio del retraído”, y duele la inmensa pena que siente en “Mi
padre”. Para acabar, lean su emotiva despedida al compositor Enrique Granados
desaparecido en el agua tras el torpedeo del barco en que viajaba en el canal
de la Mancha, 1916. No defrauda JRJ, ni mucho menos.
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