sábado, 22 de junio de 2013

sevilla-día 1

Estuve en Sevilla el siglo pasado. No sé si ha cambiado, pero apuesto a que sí. Fueron unas horas y sólo recuerdo una vista de la torre del Oro. Hoy identifico la posible terraza de la calle Betis donde estuve sentado. Rivera del Guadalquivir. Volvamos al presente. Barrio de Triana, bautizo múltiple en la imponente iglesia de Santa Ana. Parece el templo una fiesta donde todos lucen sus galas con uniformes dominicales. Las imágenes de la Virgen se suceden por doquier dentro y fuera, en naves, capillas y mosaicos. Y el Cristo acompaña. El bar Santa Ana, adyacente, exhibe todo tipo de imágenes en vez de botellas, y se define como un bar de ambiente cofrade, y de buenas tapas, añado yo. Ambiente de domingo. La devoción siempre presente, signo de todo tiempo, pero más en los difíciles. Dice un cartel del colegio Cristo Rey cercano: desconcertados estamos. Leo en la prensa que hay litigio entre la junta de Andalucía y los colegios concertados. Yo aplico otra lectura. Son tiempos de desconcierto, ¿o siempre lo fueron y lo serán? Todo ser humano lo sufre, el desconcierto, en algún momento de su vida, o vive con él, sería extraterrestre de lo contrario. Se suceden por las calles las placas homenaje a personajes ilustres, como el mosaico de Antoñita Colomé, estrella del cine español de los años 30 y 40. Cruzamos el río por el puente de Triana y topamos con la Maestranza, pequeña por fuera y blanca, blanquísima, con contrastes de colores vivos en puertas. Templo del toreo escoltada por estatuas de los grandes. Seguimos caminando y llegamos a uno de los pilares de la devoción mariana. La Basílica de la Macarena. El público venera la imagen. “La mires como la mires es que es muy guapa” dice una señora a la entrada del camarín. La belleza de la talla es inmarchitable y eterna, sin arrugas ni estrías, instantánea, puntual en el tiempo. No se puede tocar el manto y dos espejos muestran los dos ángulos idénticos de la cara, calcados, mientras suena la música y las flores a los pies dan idea de peticiones o ruegos o promesas cumplidas. A veces siento envidia, será la música, melancólica, que revuelve y desequilibra el cerebro, ideal droga para escribir. Una niña que debería estar andando sigue en silla todavía. Sus padres toman fotos y es entonces cuando el mundo pierde o toma sentido. Los desheredados, los infortunados, los buscadores de respuestas acuden aquí. En otra capilla de la Basílica encontramos las tumbas de Queipo de Llano y señora, él, hermano mayor de la Hermandad. La ciudad de Sevilla le quitó el título de hijo adoptivo hace unos años por su papel destacado en la represión tras el golpe de estado del 36. Y volvemos a la imagen de la Esperanza Macarena, se asocia al siglo XVII y se vincula con el taller de Roldán, y en especial de su hija Luisa, la Roldana.
Seguimos y buscamos al Cristo de los Gitanos, y preguntamos por él. “Yo de Cristos no sé nada”, responde un joven. Otro, más adolescente, camina sin el sentido del oído, sepultado por cascos y ni me oye ni siente que me paro. Pensará que estoy pidiendo, quizás. A la tercera va la vencida, un señor mayor, de 70 años, dice, que va de paseo, nos guía. La segunda vez en el día que alguien nos acompaña al destino. Ya cerca del hotel la música sale de un local. Música en directo. Café-Jazz Naima. Tomamos algo al son de tres músicos. La entrada es gratuita, sólo la voluntad. Buscamos cena y la palabra comanda surca el aire. Mientras, el móvil muestra un mensaje, nuestros hijos caminan hacia Como y su lago. Dicen que nos quieren en mensaje con emoticon. Suena bien. Cenamos en Al Aljibe, en la Alameda de Hércules, cocina que busca un paso más allá en mezclas y presentación. El postre, bizcocho de zanahoria, es oscuro y supremo, de número 10. Para terminar, la plataforma anti parking de la Alameda acaba su reivindicación con un concierto. La tarara, de Lorca, se hace infinita y eterna, y todos bailan, todo porque el cemento no elimine árboles y al espacio común al que dan sombra.

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