sábado, 9 de marzo de 2013

sol velado

El fútbol no debería ser así. Debería ser inocente, agradable, limpio y noble, ajeno a insultos, amaños y gestos de odio. El fútbol perdió su inocencia cuando cumplí algún año, años ha, y el cemento y la arena dieron paso a la miseria. Y hurgar en el primer gol es imposible aunque debería ser obligatorio grabarlo y enmarcarlo en memoria imborrable, como dulce momento para la nostalgia. A eso se reduce todo, a acordarme de lo que ya no volverá mientras se rodea uno de zafiedad en campos y la mala baba imperante se impone como normal, por lo habitual, mezcla de pasión y arrebato en gradas, que no en camas. Amantes poco amados, o poco amantes, despechados, gritan a coro e insultan al de corto, al de negro, o al trencilla, o al de la banda, y se mentan los muertos, y se mezcla pera y manzana, con el beneplácito de los que consideran el deporte como opio que no mata pero que disgrega y atonta. Tardes en la memoria de la inocencia, tan lejanas y de tan inocentes tan irreales. Quizás siempre fue así, eran mis ojos, velados por una manta virgen, como el sol de esta tarde, velado, no enterrado, oculto entre nubes, esas que se disiparon dentro de mí hace tanto tiempo.

No hay comentarios: