sábado, 9 de marzo de 2013

segovia-feb 2013

Todos los arcos del mundo caben en el Acueducto de Segovia. Siempre hay alguien inmortalizándolo, aún más, así como a sí mismo, sonrisas en pareja o en grupo. Desde arriba o con la perspectiva que da la visión a pie de calle donde el frío es intenso y pequeños copos blancos bailan al son del aire de la tarde. La oscuridad se cuela por las callejuelas de una ciudad que conduce a un Alcázar solitario y apagado. La luz es tenue en los jardines, y el silencio va calando. Se intensifica en una pequeña iglesia de paredes encaladas y techo plano que alberga a unas doce personas, a la espera de misa, sin rosario previo. El silencio todo lo puede, sólo lo interrumpe el carraspeo y la tos, propias de épocas o edades. Dan ganas de quedarse. Afuera, se rompe la noche, es sábado, y asociaciones y grupos políticos de la ciudad se unen para ocupar la calle principal y llegar a la plaza donde habrá mítin. Se suceden los eslóganes, con el gobierno y sus personajes en el punto de mira de la indignación. Nosotros cambiamos la algarabía por otra ración de silencio, esta vez interrumpido por el monótono hablar del sacerdote y por las respuestas consabidas y tenues de los asistentes. Es misa vespertina, de ocho de la tarde, ya empezada, en parroquia románica, de San Millán. De oyente que no de practicante, asisto escuchando la propuesta muy esperanzadora pero poco directa que nos ofrecen. Todo parece alejado de la realidad, y más de esa manifestación que reclama soluciones ya y ahora. A pesar de eso, el templo se encuentra casi lleno e incluso sorprende la presencia de familias al completo. Entonan una canción y no puedo resistir un nudo en la garganta al escucharla, “el auxilio me viene del señor…” Recuerdos de infancia y de mi tía que la cantaba en sus tareas diarias. Al acabar tenemos tiempo suficiente, antes de que las luces oscurezcan las naves, de pasear por el templo. Destacan algunas pinturas murales sobre la piedra. Un calvario donde los rostros se han difuminado y a su lado la enorme figura de lo que parece un peregrino. Dos tallas de gran belleza resaltan. Las dos son del escultor segoviano Aniceto Marinas, 1866-1953, el Cristo en su última palabra y la Soledad al pie de la Cruz, ambas desfilarán en la Semana Santa. Cenamos en La Oja Blanca, en un extremo de la plaza mientras una pareja de ancianos con manos enlazadas, pintados a lápiz nos observan desde la pared. Ya afuera, la ciudad se recoge o se expande, según se mire, los copos se resisten a irse, el frío suma negativos y la balada triste del saxo desafía a todo y a todos.

1 comentario:

onda dijo...

Bellas reflexiones en este espacio al quevine oir el enlace de otro blog