lunes, 7 de enero de 2013

la enana blanca


Se acabó lo que se daba y se atisba la rutina, aunque a veces se eche de menos, y la cuesta de Enero se hará pronunciada, siempre es igual. Se acaba el festín y sigue la vida. Benjamin Button se pasea por la televisión en el día de reyes y deja imágenes para el recuerdo, sobre la inevitabilidad. Y la existencia de tantos canales hace que el zapping tope con documentales de todo tipo, como los que divulgan el funcionamiento del sol y auguran que algún día se extinguirá y se convertirá en una enana blanca, estrella en desuso, y la vida se acabará. Tardará, eso sí. Mientras, que siga el andar. Y andando abro y cierro puertas de mi casa, de habitaciones de jóvenes, retiro y celda, santuarios de juventud que se preguntan quién es ese que abre y cierra, o más bien por qué lo hace. Algún día, si son padres, lo descubrirán. Y decía Víctor Manuel que a donde irán los besos, los que no damos. Veo a alguien en el metro que saca de su bolso postales de navidad que parecen no enviadas, en blanco, con un sobre inmaculado, irán a algún sitio, ejemplos de acercamiento que quizás se intentó y no se logró. Siempre quedarán navidades, para seguir luchando. Y acabo en una tienda de antigüedades de un programa de tv donde muestran un frasco para guardar las lágrimas, y enviárselas al amado o a la amada, y así recíprocamente, recibir y dar, el fruto del dolor por la ausencia, o el resultado de la alegría de atisbar una pronta reunión. Y es que hace años, muchos, la vida era diferente, las esperas eran largas, las separaciones podían ser eternas, y la ausencia de la persona amada se calmaba llorando o escribiendo. Todo ha cambiado, y la tecnología conecta vidas hasta perder la intimidad, pero dar y recibir, amor, o cariño, seguirán siendo universales, a pesar de todo, y con todo, lo único por lo que merece la pena seguir el juego de la vida.

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