sábado, 12 de enero de 2013

barruera-verano del 2000

Las vacaciones del 2000 fueron especiales. La salud se interpuso en el camino y la estancia en el Pirineo Leridano se acortó. Fue la tensión arterial, en subida repentina, la que nos llevó a un centro de salud de Pont de Suert, literalmente punto de suerte, población leridana. Quizás la suerte fuera estar tan cerca de ese lugar donde las pastillas hicieron milagros. Y claro, el cuerpo ya no se queda igual, a pesar del entorno, de lo paradisiaco del lugar, de las vistas, del pueblo que arropaba la carretera, del camping, y del río. No obstante, hasta ese punto en el tiempo pudimos disfrutar, y bien, de unas cuantas cosas. Para empezar hubo parada en el Monasterio de Piedra, donde la naturaleza se encaprichó y creó un parque natural de gran belleza donde el agua del río Piedra hace de las suyas, horadando grutas y saltando alegremente por donde puede. En la hostería de dicho Monasterio nos alojamos en lo que no era una habitación sino más bien una casa con dos habitaciones, salón y demás, coronado por una excepcional terraza alargada. Todo es agua alrededor de un paraje de obligada visita. Es verano y la manga corta asoma, aunque más al norte, ya en la montaña, las fotos muestren un poco más de frío. El pueblo de estancia se llamaba Barruera y la casita de madera tenía dos alturas y escalera inclinada. Se enclava Barruera dentro del llamado Vall de Boí, o valle del románico pirenaico, que alberga unas cuantas iglesias de los siglos XI y XII. Visitamos varias de ellas, quizás todas. Los campanarios destacan, queriendo llegar al cielo, con varios niveles de ventanas. Las joyas parecen estar en Taüll. Allí conviven Santa María del Taüll con las pinturas de la virgen y los santos en el altar mayor y la iglesia de San Climent con el famoso Pantocrator. Curiosamente, los originales están en el Museo de Arte Nacional de Cataluña, quedando en los sitios originales reproducciones para evitar el expolio o la venta en el pasado. A pesar de ello, el espectáculo es singular. Paramos en pórticos y reproducimos pinturas, paramos al borde de arroyos, en parques con toboganes, en praderas con vistas al infinito, y también nos adentramos algún día en el Parque Nacional de Aigüestortes, por senderos de piedra en busca de naturaleza, encontrando agua y más agua. Lástima que no llegáramos al lago de San Mauricio. Para otra ocasión.

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