viernes, 9 de noviembre de 2012

SF - verano del 92 (12)



Y este cantar toca a su fin, y lo haré con SF. Y este final se nutre en fuente honda, repleta de experiencias, como el descubrir Chinatown y sus bazares donde nunca se aprendió inglés, sus patos laqueados muertos y chamuscados, el olor de la verdura, los muelles con la historia de los grandes barcos, muelles repletos de restaurantes, las cuestas que se suben y se bajan, andando o en coche, reviviendo esa pesadilla infantil donde el coche se daba la vuelta sobre sí mismo debido a la excesiva pendiente, el tranvía que pareciera no frenar, la visión de la bahía en bajada controlada por frenada que parece oler a quemado, el Golden Gate, cruzarlo a merced del viento, sentir el vértigo de la altura sobre la entrada del océano, fotografiarlo tras la niebla y mientras parece renacer de ella, andar y más andar, tener frío y calor, volver a los muelles y taparse bajo una manta mientras los pitchers apuran las últimas entradas del partido de beisbol a orillas de la bahía. Y soñar con que todo el conjunto no acabe nunca, que el tiempo se detenga, y soñar con la paz de espíritu y sentirla, esa especie de despreocupación que te invade cuando el mundo parece estar en paz contigo mismo, pareciéramos seres ajenos a lo que pase afuera, ¿señal de amor quizás? Y por asociación, de falta de preocupaciones, me traslado al reino animal, y aunque éste no sea mi fuerte, un zoo gratuito siempre es gratificante. Y dicen que son unos bichos inteligentes, no lo sé, lo que sí es cierto es que atraían y atraen a la gente. El pier 39 (muelle) de SF empezó a albergar a partir de Enero de 1990 una colonia de leones marinos. El número llego a alcanzar casi los 1700 y de repente tal como vinieron han ido desapareciendo. Se cree que vinieron buscando comida, la encontraron, y cuando las condiciones cambiaron migraron más al norte. El espectáculo era curioso. Masas enormes que descansan, se zambullen, chillan, parecen pelearse, se vuelven a zambullir entre el estruendo de sus impactos con el agua, hacen las delicias de los pequeños, y de los mayores, mientras su aparente poca movilidad provoca risa y ternura. A lo largo de la costa se los encuentra, por ejemplo, bajando por la carretera del pacífico hacia el sur, ahí también los vimos, años después, y no había valor a contarlos, tal era la acumulación de ellos en una playa. Y salgo de un reino para entrar en otro, el de aquellos humanos que han tenido que combatir por sus propios derechos, sólo porque eran diferentes, sólo porque no eran como nosotros. Miren si la memoria es traicionera que mi mujer anotó algo al respecto de una persona que se acercó a nosotros en el cementerio de la misión de SF y quiso saber quiénes éramos y de dónde veníamos. Recuerda ella que su aspecto era de persona enferma, posiblemente el sida, S.F. siempre ha destacado por ser una población que ha albergado con respeto y espíritu de lucha a la comunidad homosexual, desarrollando éstos una gran presencia en el día a día de la ciudad. Pero no lo recuerdo, tengo la imagen difuminada. Uno de tantos, perseguidos antaño, estigmatizados, pasan los años y afortunadamente los derechos se van reconociendo aunque el camino todavía es largo. Tanto como el que recorren los sin techo cada día, a los que se podía ver tras sus carros de compra llevando su casa en cuatro ruedas, buscando comida y esparcimiento en el parque. También en paz, o así lo parecen, será desencanto y resignación, y hastío, otra realidad, la de los desheredados, ex combatientes, castigados por la vida,….Ciudad de contrastes, hermosa, europea dicen, se puede pasear, hay que pasearla, y hay que acercarse a la prisión, también. El 16 de agosto de 1992 fuimos a Alcatraz, la que fuera penitenciaría desde 1934 a 1963 es visita obligada en la ciudad. Famosa por el cine, y por su ubicación en medio de un océano frío que desborda soledad allá en medio. La visita alienta el recuerdo cinematográfico y la aventura de los cinco que escaparon y que nunca fueron detenidos. Quizás ahogados, quizás pasto de los tiburones, quizás vivos o ya muertos, ocultos tras nueva identidad y riéndose de las descripciones de las pantallas. Parece difícil alcanzar la costa a nado, ahí estuvo Al Capone más de cuatro años. Las celdas se visitan, se fotografían y los agujeros en la pared, vías de escape, desencadenan la imaginación. De camino de vuelta al muelle las olas seguro mecían el barco y se ven los puentes que enlazan tierras, y que sirven de vía de comunicación, puentes para la convivencia de una ciudad que parece abierta a aceptar las diferencias.

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