viernes, 9 de noviembre de 2012

los angeles - verano del 92 (11)



Ciudad por llamarla de alguna forma, acumulación de casas cruzadas por carreteras y calles, llena de ruido y coches, y de luces nocturnas, caos y millones de personas trabajando o buscándolo, el sueño americano que llega del sur, de la frontera con México. 
Llegamos de noche y encontramos que no había alojamiento. A última hora un motel en la zona de Hollywood tenía un par de habitaciones libres. Dormí poco o nada, todo era ruido y gritos, la limpieza del lugar era casi inexistente y esperaba en cualquier momento que alguien entrara por la puerta con una pistola o algo parecido. Es lo que tienen los moteles baratos. Pero no pasó nada. Todo acabó, llegó el día y la noche siguiente seguro que dormimos de un tirón en otro sitio mejor. También fue en Los Ángeles donde cenamos en un restaurante chino donde la luz parecía jugar una mala pasada a los comensales. La comida no era exquisita y la ausencia de luz hizo el resto, no se debe comer a ciegas, para el recuerdo. Los Ángeles no se completa sin Disneyland o los estudios de la Universal, con escenarios y efectos especiales, con películas que eran historia y lo seguirán siendo, ilusión y espectáculo para pequeños y adultos, tampoco sin la visita al observatorio Griffith, desde cuyo emplazamiento se divisa una espectacular vista de la ciudad, un mar de luces que parecen moverse, ahí abajo. Lugar de desenlace de la eterna “Rebelde sin causa”, es lugar de sueños y de flirteos en la oscuridad. Y por supuesto, la visita a Venice playa, con sus tipos especiales, y cómo no, Hollywood, que son estrellas sobre el suelo o murales que las muestran, o la tumba de Marilyn, un humilde nicho, o actores actuales que asisten a una fiesta y pasean sus galas ante los flashes. O disfraces sobre personas que piden dinero por posar contigo ante el teatro chino o ante una de esas estrellas de suelo. Escenario de sueños, cumplidos y rotos, todo el glamour del cine, allí en su meca, todo para el visitante que mira de lejos al cartel, allí arriba en la ladera, el que anuncia que está usted tan cerca como lejos del mundo de la fantasía. Porque las estrellas no se ven, se esconden en sus mansiones y las visitas por sus fincas se antojan detectivescas y faltas de resultado, y existe otro LA, el que nos lleva a buscar unas torres construidas con deshechos en zona en la que nos adentramos con miedo porque la vida parece haberse detenido de pronto y las casas ya son pobres, los jardines están abandonados y los porches de entrada almacenan soledad y cacharros, y el ser humano parece haberse evaporado, y es que la sociedad norteamericana tiene también lo suyo, su ración de apartados, de parados, de desheredados, de perdedores que mendigan sanidad y luchan contra un presente parecido al pasado y sin futuro aparente.

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