La enfermedad de Ander,
su perthes, cambió muchas cosas, y una de ellas fue el cómo abordar las
siguientes vacaciones. Un aparato ortopédico a lo Forrest Gump no parecía el mejor
aliado de la arena de playa. Rozaduras, incomodidad, el no poder andar sin él,
hicieron que buscáramos alternativas para que pudiera ir sentado en su sillita
de paseo el mayor tiempo posible y que sin ella pudiera articular algunos pasos
destartalados y metálicos. La elección no parecía muy difícil, y fue la montaña,
o los pirineos, el lugar elegido, y acabamos de este lado de la frontera, en el
lado oscense, en un pequeño pueblo llamado Fiscal, en un camping con algunos
bungalows, construidos de piedra, pequeños,
pero adaptados al tamaño de los niños. Y en el recuerdo las excursiones, la
música en el coche, los niños cantando, todos cantando, las praderas verdes, los
caballos de Sarvise y su embrujo para los niños, el fútbol, la alergia, el río,
los ríos, el verdor de todo, el silencio si todos duermen, el cielo azul y
nublado, la tormenta y su frescor. Y el camping se llamaba El jabalí blanco y
se encontraba cercano al valle de Broto. Un poco más arriba ya está Torla, con
la primera panorámica de las majestuosas montañas, de allí tomamos un autobús hasta
Ordesa para iniciar un camino que se adentraba en el parque nacional aunque sin
llegar a ninguno de los puntos estratégicos de éste. La silla aguantó bien y el
inquilino también. Hubo muchas excursiones, como a Boltaña o Aínsa. Ésta última
conserva un casco antiguo considerado monumento histórico artístico con
castillo y Torre desde la que se divisa una buena vista. Y espectacular es la
carretera de sentido único que va paralela al cañón de Añisclo horadado por el
río Aso. Una vez aparcados se puede cruzar el puente que pone nervios en el
estómago y en las piernas, tal es la altura sobre el río. Dejaré casi para el final
la visita a Panticosa, a su balneario, a más de 1600 metros, carretera de
montaña para llegar a ella, estrecha e impresionante, recuerdos de mi infancia,
de alojamiento en un hotel de antigua época, de puertas altas y habitaciones
que parecían enormes, hoy reconvertido, de lagos de montaña, de caminos hacia
arriba, de imágenes en memoria. Hoy sigue siendo el sitio aquel donde los picos
se yerguen sobre la paz del lugar y donde los balones, siempre eternos, ruedan
por las verdes praderas. Por último, de vuelta a Vitoria parada en el castillo
de Javier. Es el lugar un centro de peregrinación católica, de imponente
silueta, lugar de nacimiento del santo Francisco Javier en 1506 y donde miles
de visitantes anuales rinden culto a su memoria aunque sus restos descansen a
miles de kilómetros, en Goa (India), donde el entonces misionero desarrollaba
su labor evangelizadora.
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Hace 2 semanas
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