viernes, 9 de noviembre de 2012

pirineos del 98



La enfermedad de Ander, su perthes, cambió muchas cosas, y una de ellas fue el cómo abordar las siguientes vacaciones. Un aparato ortopédico a lo Forrest Gump no parecía el mejor aliado de la arena de playa. Rozaduras, incomodidad, el no poder andar sin él, hicieron que buscáramos alternativas para que pudiera ir sentado en su sillita de paseo el mayor tiempo posible y que sin ella pudiera articular algunos pasos destartalados y metálicos. La elección no parecía muy difícil, y fue la montaña, o los pirineos, el lugar elegido, y acabamos de este lado de la frontera, en el lado oscense, en un pequeño pueblo llamado Fiscal, en un camping con algunos bungalows, construidos de piedra,  pequeños, pero adaptados al tamaño de los niños. Y en el recuerdo las excursiones, la música en el coche, los niños cantando, todos cantando, las praderas verdes, los caballos de Sarvise y su embrujo para los niños, el fútbol, la alergia, el río, los ríos, el verdor de todo, el silencio si todos duermen, el cielo azul y nublado, la tormenta y su frescor. Y el camping se llamaba El jabalí blanco y se encontraba cercano al valle de Broto. Un poco más arriba ya está Torla, con la primera panorámica de las majestuosas montañas, de allí tomamos un autobús hasta Ordesa para iniciar un camino que se adentraba en el parque nacional aunque sin llegar a ninguno de los puntos estratégicos de éste. La silla aguantó bien y el inquilino también. Hubo muchas excursiones, como a Boltaña o Aínsa. Ésta última conserva un casco antiguo considerado monumento histórico artístico con castillo y Torre desde la que se divisa una buena vista. Y espectacular es la carretera de sentido único que va paralela al cañón de Añisclo horadado por el río Aso. Una vez aparcados se puede cruzar el puente que pone nervios en el estómago y en las piernas, tal es la altura sobre el río. Dejaré casi para el final la visita a Panticosa, a su balneario, a más de 1600 metros, carretera de montaña para llegar a ella, estrecha e impresionante, recuerdos de mi infancia, de alojamiento en un hotel de antigua época, de puertas altas y habitaciones que parecían enormes, hoy reconvertido, de lagos de montaña, de caminos hacia arriba, de imágenes en memoria. Hoy sigue siendo el sitio aquel donde los picos se yerguen sobre la paz del lugar y donde los balones, siempre eternos, ruedan por las verdes praderas. Por último, de vuelta a Vitoria parada en el castillo de Javier. Es el lugar un centro de peregrinación católica, de imponente silueta, lugar de nacimiento del santo Francisco Javier en 1506 y donde miles de visitantes anuales rinden culto a su memoria aunque sus restos descansen a miles de kilómetros, en Goa (India), donde el entonces misionero desarrollaba su labor evangelizadora.

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