Dicen los que no saben que Estados Unidos no tiene historia. Ya es
historia lo que dijeron esos sabios, hace unos minutos o unos meses o
unos años. Todo es historia, evaluable en unidades de tiempo, desde el momento
en que no podemos congelarnos y parar el inexorable reloj. Otra cosa es que no
guste su historia, que por cierto, también puede considerarse nuestra, dependiendo
del grado de nacionalismo patrio acérrimo. Y de parte de esa historia hablaré
aquí.
Las misiones de California atestiguan la huella española en América.
Medio de expandir el catolicismo por los confines de la tierra, fue a
partir de 1769 cuando los franciscanos miraron hacia la Alta
California. No seguiré orden, la de Santa Clara es la octava en orden de
fundación de las 21 existentes. Fue en 1777, unos años después, tras la
incorporación de California a la Unión pasa a ser regentada por los dominicos
italianos que buscaban un lugar para asentar un colegio. De ahí pasó a ser, un
poco más tarde, la primera institución de estudios superiores del estado. El
edificio actual es una réplica del original excepto algunas de sus 12.000 tejas
que provienen de aquella primitiva misión.
Carmel tiene misión y playa, de esas que son diferentes. Es un
encantador pueblo para la clase acomodada, que busca el descanso tras el trabajo
o que trabajó para una buena jubilación. La playa no es al uso de las de aquí,
no hay torres hacia el cielo, apartamentos ni hoteles, hay casitas, chalets,
diseminados tras las dunas, y hay árboles y un estado salvaje falto de
urbanización al que no estamos acostumbrados aquí, y se accede al lugar casi de
repente, abandonando el último asfalto y pisando arena. Este lugar se hizo
famoso en su momento por ser su alcalde Clint Eastwood. Las aguas del Pacífico
son como todas, el mar es azul, en base a reflejos, las olas siguen las pautas
universales y los paseantes disfrutan a su manera, en ausencia de tumbonas,
toldos y chiringuitos. La palabra es encanto. En la misión de Carmel está
enterrado Fray Junípero Serra, el responsable de la expansión misionera por
tierras del norte, que murió allí, y donde pueden verse algunas de las
estancias que él habitó.
La misión más al sur de California es la de San Diego de Alcalá, en la
ciudad de San Diego y fue la primera misión, ya en tierra de Alta California,
fundada por Serra el 16 de julio de 1769. Llegó a ser conocida como la madre de
las misiones. Atacada por los nativos en 1775 fue destruida y allí murió el
padre Luis Jaime cuando intentaba calmar los ánimos de los atacantes siendo
enterrado allí mismo. Serra se encargó de repararla y de hacer crecer la
cristianización de los indios de los alrededores a la par que servía de fuente
de trabajo vía la agricultura y la ganadería para la gente de la zona.
Un poco más al norte se encuentra la misión de San Luis Rey, fundada en
junio de 1798 por Fermín Lasúen y nombrada así en honor al patrón de la orden
franciscana, San Luis IX, rey de Francia. Floreciente misión que dotó de
alojamiento a gran número de nativos, pasó a manos del gobierno mexicano en
1833. Justo un mes antes de su asesinato, en 1865, Abraham Lincoln devolvió la
misión a manos de la iglesia. Destaca la original fuente bautismal hecha de
cobre y trabajada a mano por los indios. Todavía se puede observar en la
entrada de la misión el primer árbol de pimienta que se plantó en la zona,
traído en barco desde Perú y plantado en 1830.
La misión de Santa Bárbara es hermosa. Reluce al sol en una pequeña
colina. De nuevo Lasúen, sucesor de Serra, alza la cruz el 4 de diciembre de
1786 y la pone a cargo del padre Antonio Paterna. Derribada y construida de
nuevo, tras terremotos y otras cosas, el edificio actual data de 1820.
La misión de San Juan Bautista se encuentra justo encima de la falla de
San Andrés, la responsable con sus movimientos de que la tierra tiemble. Allí
al lado un sismógrafo recoge la actividad de la corteza terrestre. Y ese día que
echamos un vistazo a ese aparato la tierra se mueve lo justo y todos esperan
que no pase lo que los profetas anuncian y es que esta bola redonda se abra a
los pies como tantas otras veces, así que esperemos que la fractura de la falla
quede tranquila por un número infinito de años.
La de San José es la número 14, fundada también por Lasúen en
1797 también ha sido reconstruida varias veces tras terremotos y
movimientos. Sirvió como lugar de entierro para muchos pioneros de la misión así
como para muchos de los nativos que poblaban la zona antes de la llegada de los
franciscanos.
Y por último, conocida como Misión Dolores, llegamos a la misión de San
Francisco de Asís. El lugarteniente José Joaquín Moraga mandaba el grupo que
llegó a la bahía el 27 de junio de 1776. Antes, otro pequeño grupo de exploradores
llamó a un riachuelo en la misma zona como arroyo de Nuestra Señora de los
Dolores. El cementerio es pequeño y
alberga tumbas simples y fosas comunes donde reposan algunos de los caídos tras
la llamada “Fiebre del oro”. Aquí
reposan también los restos del primer alcalde de la ciudad, Don Francisco de
Haro. Aquí se acaba esta historia, o comienza, porque la historia está ahí para
leerla, y ahondar, y comprenderla, y ponerse
en la piel de los antepasados de todo tipo y condición, pero eso depende de usted.
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