
Bodie es una gozada,
ciudad minera fantasma, la recorrimos de un lado a otro, interminables fotos,
casas de madera al sol, el oeste acabado, a merced del viento y del sol del
casi desierto,
los cristales de las
ventanas intactos o no, todos se fueron y se quedaron la escuela, abandonada,
los restos de la mina, y entre medias el polvo y la sequedad. Ya le tocó
alcanzar su esplendor, allá por 1859 descubrió oro W.S. Bodie en ese lugar, el
pobre murió a los pocos meses, sin tiempo de ver en qué se convirtió el paraje,
hasta llegar a alcanzar los 10.000 habitantes. Duró el éxito hasta 1882
aproximadamente, ahí comenzó el declive
y en los años de la Gran Depresión llegó la puntilla. Hoy, los aproximadamente
170 edificios permanecen como testigos del pasado y como escenario ideal para
retratar la historia del salvaje Oeste, eso sí, sin personajes. Otra ciudad
fantasma, pero menos, aunque igual de deliciosa es Coulterville, nombrada así
en honor a George Coulter, el primer “blanco” que llegó al asentamiento minero
que ocupaban chinos y mexicanos. Digo pero menos porque no tiene el encanto del
abandono de Bodie, pero tiene un hotel del pasado, el Jeffery. Allí dormimos, quizás
en la habitación que ocupara el presidente Roosevelt o Mark Twain hace ya años.
Recuerdo la habitación, de cama de matrimonio estrecha, como eran antes, y
antigua de verdad, con somier que crujía. Quizás fueran los fantasmas, ahí
agazapados, los que hacían ruido, dicen que habitan el lugar. Escaleras abajo aparecía
el salón, al más puro estilo del oeste, eso sí, con mesa de billar americano
donde si mal no recuerdo echamos alguna partida.
Calico es otra ciudad fantasma,
antigua explotación de plata y borax, más comercial que Bodie, con tiendas en
medio del calor y del polvo del desierto que gana terreno. Y se puede visitar
la mina de Maggie, y sentir la tierra encima y esa sensación de angustia que
acompaña a la incertidumbre. Y situemos al valle de la muerte en el apartado de
ciudades fantasmas, aunque el ser humano difícilmente podría sobrevivir ahí. El
valle hace honor a su nombre, desierto donde la temperatura sube y sube, donde
hay que llevar agua y esperar que el coche no encienda pilotos extraños, existen
las dunas, piedras y rocas, los paisajes áridos se suceden y llegamos al lago Badwater,
pequeño, de agua salina, que se encuentra a 86 metros por debajo del nivel del
mal. Y a pesar de todo hay vida en el desierto, pequeños seres que no se ven, y
otros más grandes como esos mamíferos llamados los carneros del desierto a los
que uno no se imagina subsistiendo en medio de la nada, testigos del tímido
acercamiento del hombre a los límites de la existencia.
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