domingo, 7 de octubre de 2012

primera etapa


Nueva York era diferente en el año 1990, nosotros también lo éramos.  Había torres gemelas, decían que había inseguridad en las calles, se hacía de noche, era Mayo, y casi daba miedo, quizás las advertencias podían con la realidad, decían que era la capital del mundo, quizás lo siga siendo. Algo de esa ciudad fue descubierto gracias a los primos de Elena, no hay mejor cicerón que aquel que conoce donde pisa. Y también nos acompañaron a Washington y fuimos huéspedes en su casa de New Jersey. Dicen que los americanos no saben comer. Mentira, si algo me queda de recuerdo de aquellos días fue la visita a unos cuantos restaurantes, como aquel desde donde se podía disfrutar de una vista del Hudson tras una cristalera mientras la comida era bienvenida y bien hallada. Fue un viaje especial, de novios, también hicimos escala en un pueblecito de Ohio, para ver a la tía Paulina, que vivía en una de esas casas de película, estrecha y con escaleras aún más angostas, con maderas que crujen y varada en calles casi idénticas. Y ella hablaba en su idioma, mezcla de español e inglés, con ese acento americano que sólo ellos tienen y que no se puede conseguir en academia de idiomas. Nadie pensaría que habría nacido hace tantos años en un remoto rincón alavés.  Para que luego hablen de razas y de biotipos que les acompañan. Para mezcla humana, el paradigma es Estados Unidos, y dentro de cien años, más, pero lástima, no lo veremos. El ser humano viaja y emigra en busca de lo mejor, afronta viajes que hoy nos darían pavor, y se traslada sin saber decir ni siquiera hola en un idioma que no se entiende y que seguro que no se quiere aprender, que se quiere volver uno al hogar, ese de futuro inexistente o más complicado, pero se hace de tripas corazón, y se funda todo al otro lado del charco, que también sale el sol y la luna, y un día se acaba cantando el otro himno, y hasta aflora la emoción, y ya el pasado queda lejos, y los hijos van olvidando el castellano aprendido en casa durante la cena. Y así fue como recorrimos varios estados, solos o acompañados, en compañía de gente desconocida para mí y casi para ella, pero que se desvivía por nosotros, hospitalidad se le llama, sangre de tu sangre, también, ancestrales tradiciones, o costumbres, universales (mayo de 1990).

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