sábado, 6 de octubre de 2012

cuenca-ciudad encantada



Es la ciudad encantada todo menos ciudad; en plena serranía de Cuenca, su acceso es virado y lleno de parajes verdes y se llega a ella tras parar en el ventano del diablo o mirador sobre el Júcar que alberga a visitantes y al vendedor de cerámica llena de colores. Los caprichos de los años, que no se cuentan con dedos, han hecho que en medio de la nada surjan formas de piedra a las que alguien dio nombre hace ya tiempo y por ello la visita da para ver barcos varados en la hierba u enormes setas u hongos, frágiles en base y que quizás desaparecerán dentro de otro de esos periodos de años en los que los geólogos miden su trabajo. De repente aparece una cara de hombre, un puente, focas, pasadizos, mares de agua, luchas entre animales gigantes y escenarios teatrales. Son noventa minutos de paseo, más o menos, tres euros, sol, diez grados a la sombra, algún banco para el reposo, y de propina, si se quiere, se puede acercar uno al mirador de Uña, son tres kilómetros, ida y vuelta, desde donde la panorámica visión añade más belleza, todavía más, a la anterior ciudad de piedras sin ruido.

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