lunes, 1 de octubre de 2012

cuenca


Es Cuenca ciudad de cuestas, empinadas y duras a veces, de escaleras que bajan y suben, con inicio o meta en los ríos que bordean el monte sobre el que se erige el casco antiguo. Llovizna este sábado, 29 de septiembre, y el veranillo de San Miguel que se ha esfumado este año. A veces llueve y el empedrado luce brillos desacostumbrados. Los rincones, por doquier, húmedos, dan paso a nuevos espacios, que desembocan en más amplios lugares, como la Plaza Mayor, con casas coloridas, de azul, amarillo, gris o negro, que lucen el lugar y contrastan con las sombras del día. Todavía se ven alzacuellos en sacerdotes que van y vienen y algunas monjas salen de sus retiros. Los conventos abundan y los espacios dedicados a las hermandades también, asociaciones éstas que ya trabajan en la próxima Semana Santa, que a la vuelta de meses volverá a dejar instantáneas que añadir a las que pueblan algunos bares. Parece Cuenca una ciudad donde no pasa nada, de tan tranquila que se ve. Los bares no abundan y serán proporcionales a la demanda. En la visita de un refugio antiaéreo de la guerra civil el tiempo se detiene, construido en 1936 horadando la roca, a pico y barrena, se aprecian en la pared las marcas de ésta. Los visitantes escuchamos en silencio las explicaciones. Cuatro bombardeos hubo sobre la ciudad, republicana. Y el casco antiguo no fue alcanzado, los objetivos eran otros, las vías de ferrocarril. Entre los presentes, un señor ya muy mayor, tanto que fue testigo directo. La guía le interroga, y él contesta que no estuvo en éste pero sí en el que más abajo toma por nombre el de “aliviadero del Júcar”, nexo de unión entre el Huecar y el Júcar. Y cuenta el señor que no eran diarias las alarmas, pero sí frecuentes, y que dejaban los libros en el Instituto para ir a protegerse. La guía le pide una anécdota. Y él contesta que “no pasó nada”.  Y la soledad de algunas calles de la parte nueva de la ciudad pareciera indicar que siempre han estado vacías y no es por ruido por lo que se podrá sufrir en esta ciudad de orillas de ríos y de andares pausados, excepto el que proviene de algún bar fuera de tono, en la que sí pasan cosas, pasa la vida, entre otras.

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