La catedral de Cuenca es digna de visita. La audio guía es
prolija en detalle y el conjunto sorprende desde su fachada. De magnitud no muy
grande, destaca lo original de su triforio. Las capillas se suceden y prácticamente
todas tienen su apartado explicativo. Una palabra nueva se añade a nuestro
vocabulario, los tornavoces, o tejados del púlpito, tienen también su razón de
ser. Su objetivo es amplificar la palabra y servir de elemento decorativo a la
vez. La sacristía, de nuevo, fuente de obras maestras. Destaca una “Dolorosa”
de Pedro de Mena, que la preside. Y una curiosidad, una pequeña obra
escultórica, de San José e hijo pequeño, que luce una cabeza despoblada de
pelo, dulce niño. Entra un grupo con guía que inunda el espacio y seguimos la
visita. Es Alfonso VIII el rey que preside Cuenca, fue él el responsable de la
reconquista de la ciudad y su presencia es constante. En una de las pequeñas estancias
aparece la imagen de la virgen del Sagrario, que dicen acompañaba al rey en el
arzón de su silla de montar en todas sus batallas. Y como no, San Julián, el
patrón de la ciudad, aparece por todos los espacios elaborando sus cestos, que
luego vendía para poder ayudar a los pobres. Y se incorpora un nuevo escultor,
Diego de Tiedra, primeros del XVI. Su San Sebastián es de gran expresividad.
Para terminar, y antes del claustro, otra capilla aloja las esculturas de
Mariano Benlliure que representan a la “Fe” y a la “Eternidad”. La Fe, ciega,
con los ojos velados por un pañuelo, confía en el mensaje cristiano, sin poder
ver a la Eternidad, ambas enfrentadas. Un poco más adelante, a los oídos de los
visitantes llega el lema de una de las múltiples inscripciones que pueblan
estancias y retablos, “sobre los guerreros vencedores triunfa la muerte”. Y se
llega al final, y ya la hora marca el tiempo de la comida, y los pocos turistas
buscan solaz y viandas del lugar.
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