lunes, 6 de agosto de 2012

la paz de Lucila


Cualquier movimiento es viaje, y salir de aquí para ir allá lo es. Luego mediremos kilómetros y le pondremos apellido. Viajamos todos los días aunque sea a trabajar, aunque la emoción sea inversa. Y el viaje vacacional es la culminación, libre de ataduras por unos días, ese viaje es experiencia, y de las que se echan de menos cuando se reposa en el hogar, esperando que pase el tiempo hasta el siguiente, deseando el movimiento, pero todo llega y el cierre de maletas anticipa acción, y aunque la aventura esté bajo control no deja de serlo el volar en aparatos con alas que se agitan a diez mil metros por unas turbulencias de nada. No son éstas las que agitan el descanso de Lucila. Es 28 de julio, sólo dos meses de vida y acaba de cruzar el charco desde La Paz (Bolivia) en el regazo de su madre. Este es su segundo viaje, rumbo a Berlín, y sin saberlo, Lucila se convierte en la banda sonora de un vuelo, no admite chupete, los vaivenes de avión y madre no valen y ese llanto indefinible, agudo, de dolor y de miedo que no puede expresarse con palabras resuena en el aeroplano. Y de pronto se hace la paz, por unos momentos, y es plácida la visión de un bebé dormido, acunado, pero volverá el llanto. Y a mi lado un estudiante argentino de Córdoba intenta dormir sin éxito y comparte la visión de su país, también en crisis. Ya en el taxi berlinés el conductor dice que no se siente bien y que se irá a casa en cuanto termine este servicio, y dice que es de Ghana, y el fútbol, universal como lenguaje, se convierte en motivo de conversación. El mundo nos mueve a todos en forma de viajes, a modo de cartas de baraja que se mezclan por instantes minúsculos, minutos u horas, y es esa mezcla, ese conocimiento, esa visión diferente de una misma existencia, la que convierte viajar en algo vital e imprescindible.

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