Han pasado 26
años, han pasado tantos días desde aquel despertar que difícilmente lo
recuerdo. Y sólo cerrando los ojos, acurrucado en blando quizás pueda sacar
rescoldos y pintar de nuevo lo inefable. Pero lo intento sin paleta y faltan
las palabras, y el corazón no late más deprisa, simplemente se despierta sereno
y confiado, rememorando que no recordando, pasando por instantes, cual
fotogramas que abarcan milésimas y albergan tonos de canciones y manos, y
cuerpos que bailan, no danzan, bailan juntos, a la luz de sótanos, y después
llega la oscuridad bajo nombre de Dios nórdico y el primer beso allí sin que
importe el alrededor, allí al ritmo de escasas luces de neón, y poco más, y
poco menos, y el despertar, y el incipiente sol ahí afuera, y el teléfono, y la
segunda cita, o más bien la primera, y el despertar sigue en la memoria, parece
lejano, olvidado, imposible hacerlo, desatado, espera su cita con su recurrente
procesamiento, embaucador, y dulce.
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Hace 4 semanas
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