1 de agosto. El día es soleado y el viaje desde Berlín hasta
Oranienburg transcurre plácidamente en tren con paisajes verdes a ambos lados, abundante
vegetación y casas diseminadas. De aquí caminamos hasta el campo de
concentración de Sachsenhausen. Dice nuestro guía que los prisioneros tenían
que hacer el trayecto desde la estación al campo corriendo, y lo que es peor,
bajo el hostigamiento de la población local, educada para increpar o arrojar
objetos a los recién llegados. Imaginemos el invierno, que aquí es duro, que arroja
muchos días de nieve y pensemos en un manto blanco cubriendo el verdor y dejemos
caer la luz del día para hacer todavía más oscuro el trayecto. Más de 200.000
personas pasaron por aquí hasta 1945. Miles no salieron. Una vez liberado el campo,
el 22 de abril de 1945, por las tropas polacas, a las 11 y 7 minutos de la
mañana (el reloj de la entrada marca esa hora para siempre), el campo pasa a
manos soviéticas que le siguen dando el mismo uso hasta 1950. El campo tenía
una significación especial dentro del entramado nazi ya que albergaba el centro
de entrenamiento para el personal de todos los campos. Ahora mismo se está
reconstruyendo el edificio que servía de lugar de diversión para esos oficiales
de las SS tras su jornada. A éste los prisioneros lo llamaban el monstruo
verde, para los guardas era el casino. La visita es larga, documentada y a cada
parada y explicación una nueva capa de amargura parece añadirse al día
caluroso, pesadamente. Mofa y escarnio sobre los presos, una tarima de
interrogatorios en la plaza previa a la entrada al campo, juegos malévolos de
los guardas, verjas electrificadas, alambres, los barracones, reconstruidos para dar una imagen de la vida, la cárcel, el paredón de fusilamiento, la
cámara de gas, el horno, la morgue y la sala de autopsias, la empresa Adidas
probando botas para el frente con los presos, los experimentos con niños, el
monumento a las víctimas, las fotos de algunas, el silencio. Entre los prisioneros
ilustres de este campo, Johann Elser, autor de un atentado contra Hitler,
Martín Niemöller, sacerdote alemán, autor del célebre poema que se puede leer
al final, el hijo de Stalin y el presidente del gobierno español Francisco
Largo Caballero. Dice uno de mis hijos que le gustaría haber podido ver lo que
era este campo entonces, observar el pasado. O sobrevolar a modo de fantasma
sin que nadie te viera. Y yo digo que esos espíritus imaginarios que pudieran
ver el horror diario se morirían de pena y amargura ante tamaña aberración.
Cuando los nazis vinieron a llevarse
a los comunistas,
guardé silencio,
porque yo no era comunista,
Cuando encarcelaron a los socialdemócratas,
guardé silencio,
porque yo no era socialdemócrata,
Cuando vinieron a buscar a los sindicalistas,
no protesté,
porque yo no era sindicalista,
Cuando vinieron a llevarse a los judíos,
no protesté,
porque yo no era judío
Cuando vinieron a buscarme,
no había nadie más que pudiera protestar.
guardé silencio,
porque yo no era comunista,
Cuando encarcelaron a los socialdemócratas,
guardé silencio,
porque yo no era socialdemócrata,
Cuando vinieron a buscar a los sindicalistas,
no protesté,
porque yo no era sindicalista,
Cuando vinieron a llevarse a los judíos,
no protesté,
porque yo no era judío
Cuando vinieron a buscarme,
no había nadie más que pudiera protestar.
P.D. Cultourberlin.com organiza visitas guiadas a este campo
y a otros lugares de Berlín. No es fácil ser guía, no es fácil hablar de muerte
y de destrucción, pero Paco, nuestro guía, cumplió con las expectativas y
demostró su profesionalidad, simpatía y buen hacer, gracias.
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