Berlín rezuma historia por todas las esquinas. A veces, los
escenarios son casi invisibles, imperceptibles, apenas apreciables si no fuera
por los corros de personas que se arremolinan en torno al lugar y al guía que
desgrana la acción que allí ocurrió. Y en este en particular no hay nada que se
alce hacia el cielo, no hablamos de monumentos grandiosos o de arte inspirador.
Hablamos de la plaza Bebelplatz, y allí se divisa un cuadrado, de cristal, a
ras de suelo, casi opaco, sucio y con gotas de lluvia, y hay que mirar mucho
para descubrir un espacio vacío ahí abajo, con estanterías a los lados, vacías
también, de pensamiento ausente y volatilizado, pero inmortal, y es que esta
plaza fue escenario el 10 de mayo de 1933 de una quema de libros organizada por
el régimen nazi. Ya lo dijo en 1820 el
poeta alemán Heinrich Heine: “Esto fue sólo un preludio. Donde se queman libros,
también se quema gente". Me agrada el interés de los turistas por la historia.
Y la mayoría de los que se ven por Berlín son nacionales. Me alegra ese afán
por conocer su historia y por analizar el pasado. Las exposiciones ayudan. De
la segunda guerra mundial al muro y viceversa, el pasado se pasa por la visión
de muchos jóvenes para los que sus bisabuelos eran actores de la guerra, protagonistas
o no, seres prisioneros de conciencia o no de la locura colectiva del régimen
de Hitler. Entiendo también ese interés. Descubrir quién se es y de dónde se viene
es parte del aprendizaje de la vida. Los museos presentan amplia información,
textos, fotos, vídeos, testimonios de familias enteras, como el Memorial de los
judíos asesinados, espacio que alberga 2711 bloques de cemento; parece un laberinto, pero no lo es, pasillos
ordenados de norte a sur, y de este a oeste, a la sombra de esos bloques, que
parecen túmulos funerarios, debajo la información. O como la Topografía del
Terror, espectacular exposición ubicada en la manzana que albergaba las sedes
principales de la Gestapo y las SS. Paneles y fotografías donde el espectador se
detiene o avanza, o quizás llore, o quizás hasta descubra un rostro familiar,
de víctimas u opresores, unos bajo el más descarnado sufrimiento y otros tan
lejos de la humanidad.
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