El refugio antiaéreo no era seguro. Esa es la primera
afirmación de Silvia Brito, la guía de Berliner Unterwelten, sociedad para la
investigación y documentación de estructuras subterráneas de la ciudad. La
visita guiada lleva más de hora y media y sobrecoge. Se cierran las puertas y
la luz eléctrica nos muestra un refugio anexo a una estación de metro. Ha
sobrevivido todos estos años, no fue alcanzado. Se contabilizaron más de 300
ataques aéreos durante la segunda guerra mundial que causaron entre 20000 y 50000 muertos y un tercio de la
ciudad quedó inhabitable. El calificativo de bunker que la propaganda del
gobierno atribuía a todos los refugios era falsa. Engaño al pueblo, que, en su
mayoría, compuesto de mujeres, niños y ancianos sufría en la retaguardia.
Sobrecoge el fósforo de los carteles informativos y de las paredes de una habitación donde los
responsables del refugio podían “ver” cuando se hacía obligado apagar la luz. Y
da miedo pensar en la falta de luz mientras no se oye nada y sólo se espera,
mientras empieza a faltar el aire porque las capacidades oficiales nunca se
respetaban. La visita no sólo incluye espacios vacíos de múltiples salas,
diversas vitrinas exponen objetos y útiles encontrados en la labor arqueológica
que la sociedad desarrolla. Sorprenden las cifras de artefactos sin explotar
que alberga el suelo de Berlín y que las sucesivas obras van sacando a la luz
así como los restos humanos de miles de personas que todavía yacen en el
subsuelo. La visita llega a su fin y la lección de historia mereció la pena.
Afuera la luz del día se agradece.
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