martes, 7 de agosto de 2012

berlin-detrás de la fachada

Ya sé que no es suficiente, son sólo bosquejos, apuntes y pequeñas impresiones de ocho días de vida en Berlin, pero algo es. El barrio donde habitamos rebosa ambiente de juventud ya crecida, que no adolescente, en busca de cena y de locales de diversión. Las botellas se llevan en la mano y el entorno de la estación de tren que desemboca en la zona se llena de gente. El suelo se puebla de chapas y hasta de cristales de botellas perdidas, abandonadas o estampadas. El barrio destila un algo de informalidad, no hay fachada. Los jardines parecen a merced de la naturaleza y no hay bordes delimitados ni cuidados especiales. Vista desde arriba la estación es una pequeña caseta de obra, los aledaños muestran esa mezcla de plásticos y botellas que ensucian la vista. El metro no es profundo, debido al tipo de suelo sobre el que está construida la ciudad, las escaleras mecánicas no son necesarias y el aire acondicionado no existe. A todo esto se suma una decoración vintage, a modo de azulejos verdes que podrían necesitar un cambio según un estudio de imagen. Pero este concepto no parece existir y lo que importa es que los trenes, aunque viejos, funcionen, lleguen a su hora, y la frecuencia sea la adecuada. Y el trabajo se hace de puertas adentro y no con vistas a la galería. Esta austeridad puede explicar el por qué de unas cuentas públicas saneadas, a diferencia de nuestro país donde todo se hizo a lo grande, fachada, decorado, gastar era gratis. Por cierto, sacamos un abono de transporte para siete días, cinco personas y descubrimos que no existen los tornos en el metro, tren, tranvía o autobús. Existen las multas en caso de viajar sin billete, pero por encima de todo existe la responsabilidad. En fin, otra diferencia, cuestión de cartón piedra y de conciencia social.

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