sábado, 20 de agosto de 2011

tras la carta

Un niño entrega al Papa una nota donde pregunta la razón de que él esté enfermo de cáncer, un inocente. No hay respuesta. Nadie la tiene ni la ha tenido ni la tendrá, desilusión no, realidad del silencio. Unos piden la lluvia al cielo, otros que mejore la economía, otros ganar más dinero, otros el marcar más goles que el rival. Y unos lo consiguen y otros no. Puro azar unas veces, y trabajo y esfuerzo otras. Y el silencio de arriba pesa como losa, a pesar de la alegría y de la sonrisa de los peregrinos, que les dure. Y no me resisto a decir que no me dan envidia, que no les entiendo, o sí, que más da, que estoy cruzando el paraíso, el de esta vida, que dure también, que a veces es infierno, para muchos, y paraíso, temporal, para muchos también, y es impagable la suerte que tenemos los de esta orilla del mundo, porque hay otro mundo, no sé si todos lo saben, de televisión y de prensa, de ayuda a ONG, otra jugarreta del terrible azar y de la maldad de muchos, que no maquiavélica programación de la vida por parte de un creador que ejercería el papel de colegiado que siempre pita a favor de unos. Y al oír al Papa decir que los jóvenes se carguen el sufrimiento del mundo a las espaldas, no me resisto a decir que sólo pido que me dejen en paz para elegir dónde quiero ir y dónde quiero llegar, o para decidir cuando el sufrimiento ya no tiene sentido, no quiero cargar con él ni que nadie lo haga por mí. Y la pido y la tengo, la libertad para proclamar mi libertad a decidir y a decir que tengas suerte chaval y que esa maldita enfermedad te deje cruzar este paraíso muchos años más.

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