domingo, 22 de mayo de 2011

tras el voto

Los doce millones de votantes que no acudieron a los colegios electorales están en su derecho, pero no están muertos, son vivos que pasan de todo, desconozco si están indignados, pero si lo están, son los mismos de todas las elecciones, es decir, el impacto de la indignación de plaza es insignificante. Quizás haya más indignados entre los que nos hemos tomado la molestia de pensar, reflexionar, olvidar, incluso, y acudir a votar, buscando caras nuevas, comprometidas con la política, de las que pierden su tiempo intentando llegar al poder para poder cambiar las cosas. Recuerde, no hay otra forma. Hay que llegar ahí arriba para poder legislar. A mí no me dejan legislar desde mi casa, y de momento descarto entrar en política, porque soy cómodo, o acomodaticio, o mayor, vaya usted a saber. Soy libre, como ellos, pero he ido a votar, a ejercer un derecho para poder quejarme luego, en mesas de salón o en tabernas, o para poder decir a los cuatro vientos que quiero otra cosa, o para encontrarme con los concejales de mi pueblo por la calle y hablar con ellos. Me callo, esta es la democracia, aceptar las normas del juego, y esperar a la próxima. Mi conciencia está indignada pero tranquila. La indignación de las plazas sigue en estado embrionario, y ya saben ustedes que hay veces que los embriones no nacen. En este país, a veces, tenemos demasiada prisa. La noticia es que más de veinte millones de personas fueron a votar.

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