domingo, 7 de noviembre de 2010

iguales

La palabra igualdad siempre gusta. A unos más que a otros. Se emplea tanto que a veces se desgasta. No siempre igualdad es sinónimo de algo positivo. Elija usted, ahí van unos ejemplos. El gobierno está ultimando la legislación que permitirá que ante la falta de acuerdo de los padres para poner apellidos a los niños, prevalezca el orden alfabético, en vez del paterno. Ya desde 1999, los niños podían llevar en primer lugar el apellido de la madre, siempre que hubiera mutuo acuerdo. Ahora, los apellidos de recio abolengo cuyos apellidos empiecen por las últimas letras del alfabeto corren el riesgo de desaparecer. Las grandes sagas se interrumpirán por un quítame allá esas pajas y nuevas discusiones aparecen en el horizonte porque tu apellido es feo o tu familia es un desastre. Los tiempos cambian y la familia tradicional se desmorona, palabra del PP. La igualdad quiere abarcar otros campos, y viene por los aires, y nos encontramos con la realidad aeroportuaria, donde dicen que España tiene 48 aeropuertos, muchos deficitarios, síntoma de incompetencia a la hora del reparto del dinero público. El todo para todas las provincias, o autonomías, o localidades no es razonable. Acabamos con el concepto. Un estudio británico clasifica las drogas por su impacto en el entorno, no sólo en el consumidor, y ahí, el alcohol no sólo iguala sino supera a las que tanto miedo nos dan, a todas ellas. El estudio no debiera dejar indiferente a nadie, pero ahí se topa con una sociedad donde el alcohol todavía permanece como una de las fuentes primarias de socialización. Sin saberlo, sin conocerlo, traspasando las fronteras de lo permisible, la deseada igualdad equilibra a jóvenes de uno u otro sexo en eso de poner una chispa en su vida, y no precisamente bebiendo aquello que se dio en llamar la chispa de la vida.

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