sábado, 27 de noviembre de 2010

anna karenina

Un artículo de Eduardo Lago, director del Instituto Cervantes de Nueva York, publicado el 15 de agosto de 2010 en El País, me impulsó a leer Anna Karenina. Dentro de ese artículo aparecen dos frases de las que no se puede escapar. Nabokov la calificó como “la mejor novela de amor de todos los tiempos”, y dicen que cuando Dostoievski terminó su lectura, “se echó a la calle proclamando a gritos que Tolstói era Dios”.
Tras 1116 páginas de lectura, todo cabe en ellas, la pasión, el amor, los celos, el drama y la búsqueda del sentido de la vida, donde la religiosidad acude como salvavidas para alguno de los personajes. Se editan precisamente ahora los diarios escritos por Sofía, la esposa de Tolstói, donde se narra la difícil y tortuosa relación que mantuvieron. Cabe pensar que la búsqueda del amor ideal que pretende reflejar Tolstói en su novela es otra forma de escapar de su realidad, diferente y alejada del virtuosismo, huyendo de algo que no es capaz de asumir. Hablamos de una obra publicada en 1877, cuando el mundo era otro mundo, tan alejado de nosotros y tan cercano a la vez. La soledad nos sigue acompañando en nuestros días, la que persigue a todos y cada uno de los personajes de la novela, de la que buscan sin denuedo escapar, como ahora, como en este minuto, como ayer o como mañana, solos ante la vida, buscando sin parar hasta encontrar. Una foto del entierro del autor muestra a un gran número de personas arrodilladas sobre el terreno nevado. En algunos árboles, aparece gente subida, en difícil equilibrio para no perderse detalle. Unos rezan mirando al suelo y otros quieren ver. Así somos, imprevisibles, variables y diferentes, como los personajes de la novela. No se la pierda.

Anna Karenina. Leon Tolstoi. 1877

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