domingo, 18 de julio de 2010

letras

Invito a mis hijos a que lean, en concreto les hablo de El guardián entre el centeno. La respuesta es prometedora: no. ¿De qué va? , pero y ¿por qué? Ayer veía a un niño leer con fruición mientras esperaba las maletas en el aeropuerto. Todo va por barrios. Los libros llegan por vías desconocidas, para quedarse la mayoría de las veces, pero hay veces que no llegan, no cuajan, y me apena, porque no sólo se aprende, también se disfruta, es diversión, es llanto a veces, es todo otras. Los libros como fuente de inspiración o como objeto de algo parecido a la locura. Leo con asombro la noticia de la detención de una señora norteamericana de 74 años, llamada por la policía “el vándalo de los condimentos”. Su delito consistía en llenar de salsas el buzón para depositar libros de la biblioteca local en Boise; mayonesas o kétchup eran sus armas contra los libros. Qué extraña razón mueve a alguien a hacer esto. Me gustaría saberlo. Fue puesta libertad poco después de pagar una multa. Me inclino por la enfermedad, por la devastación de un cerebro donde la naturaleza se ha impuesto a la voluntad y ha dicho basta, y llena de agujeros la memoria y el recuerdo. Y de nuevo el amor, omnipresente, leo que José Saramago fue incinerado con una copia de Memorial del convento, el libro por el que conoció a su mujer, Pilar del Río. Ésta, una vez lo leyó, sintió la enorme curiosidad de conocer a quién había escrito aquello, concertó una cita y llegó el amor. Años después, las cenizas se juntan, precioso. El libro pasará el verano en la mesa del salón, por si acaso.

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