Empecé a llorar en el capítulo 3 y seguí llorando en el cuatro. Pienso que habrá gente que deje de leer ante tal torbellino de emociones. Sigo ensimismado. La historia de varias vidas, de una familia, de un país, muchas historias caben en este libro. Llegué a él por un comentario de Vargas Llosa al respecto. No se suele equivocar. El que me lo vendió dijo que no me arrepentiría. No estoy loco si digo que hay libros que deberían ser de obligada lectura. Tal es el volcán de belleza y miseria que sueltan las páginas de esta obra. Volví a llorar en el 30. Los ojos se me humedecen y no quiero seguir porque estoy en público, en una sala de espera de un aeropuerto, maldito miedo al qué dirán. Vuelven la belleza y la miseria, siento envidia por el autor y mi corazón siente empatía hacia él. Pasan unos días y vuelvo a tomarlo. Estoy llegando al final. El capítulo 40 trae más lágrimas. El autor dice que su testimonio es inútil. Acabo con un escalofrío. No dejen de leerlo. Para el autor: gracias. Imprescindible.
El olvido que seremos. Héctor Abad Faciolince. 2006
Pastel de manzana en Airfriyer
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Hace 3 días
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