domingo, 2 de mayo de 2010

no poder llorar

Oí una vez decir a alguien que a la palabra rutina, si le quitas la t, se convierte en ruina. Para Agapito, residente en el Hospital Provincial de Pontevedra desde los tres años, la rutina no parece haber sido una ruina. Abandonado a los tres años a las puertas de dicho centro, pasó allí 79 años, sólo salió una vez, para ver el mar; enfermo de nacimiento, siempre en silla de ruedas, hizo sus tareas y acompañó a los enfermos, hasta que él fue uno más a punto de morir. Salió por segunda vez para ir al cementerio. Habría que habérselo preguntado a Agapito antes de morir, ¿ha merecido la pena vivir? A uno le entran ganas de llorar y no parar. Pero hay días que la sensibilidad no aflora, por lo que sea. No he llorado por Agapito, ni tampoco por la eliminación del Barcelona, ni me he alegrado por la clasificación del Inter, mezquino y miserable equipo, paradigma de cómo no se debe jugar al fútbol. Muchos en Madrid se lo perdieron, la culpa fue de una potente señal, serán los del otro planeta, que nos quieren cegar el divertimento más primario que tenemos.
Mientras, en Sierra Leona, el 27 de abril celebraron que los niños y niñas menores de cinco años, y las madres y mujeres embarazadas podrán recibir atención sanitaria sin coste. Por primera vez, algo se mueve en un país donde los Agapitos mueren nada más ser abandonados.

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