sábado, 6 de febrero de 2010

desde la grada

La época actual, donde la tecnología nos acerca los acontecimiento planetarios día sí y día también, uno se acuerda de las noches o tardes donde la radio traía los ecos del fútbol a nuestros hogares, voces de domingo, salpicadas de cuñas repetidas, goles cantados, gritados y celebrados con transistor en mano, ondas invisibles, indescifrables y desconocidas que nos transportaban a escenarios lejanos, remotos para la época. Hoy, la radio todavía sigue ahí, de hecho, algunos comentaristas televisivos parecen radiofónicos y llegan a ponerme nervioso, porque no es lo mismo, no es lo mismo ver que no hay peligro y que alguien te lo cante o cuente y te engañe, ojos que no ven,…, ahora me acuerdo del bendito Andrés Montes, impagable su manera de quitar hierro al deporte rey y de gritar para no decir nada, para desmitificar y desdramatizar el peligro en el área. Pues bien, los campos de Dios donde los niños sueñan, emulan y sufren tienen una especie no en extinción, los telegrafistas de partidos, suelen ser padres, quizás fueron jugadores, frustrados, quizás también entrenadores, pero no paran, de hablar, no hay nada como sentarte a su lado para que la tarde se nuble, no hay nada como la tranquilidad de un partido a las cuatro de la tarde, hasta los pájaros se oyen, confundidos con el golpeo del balón y el sonido del campo. Pero no, el frustrado mandando, tú allí y tú al tejado, corre, salta vuela, golpea, ahora, ya llegará, vuelve a correr, lamentos, loas, suelen callarse con el primer gol en contra, las ovejas se aburren, los espectadores se quieren poner tapones, la cruz de la tarde ha caído, pasará, como todo, todo pasa, volverá el silencio y se irán las luces, y en la oscuridad de la noche, la radio volverá a sonar, voces de antes, sonidos de ahora, pasión exagerada.

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