jueves, 23 de abril de 2009

estado del arte

El padre se transforma en testigo por una tarde. Asistente a una reunión de clase, se sienta en las duras sillas de madera que nuestros hijos utilizan todos los días. Me levanto con dolor de riñones, será la edad. La clase es estrecha, la pizarra sigue siendo verde, hay algunas pintadas o graffitis en alguna pared, afortunadamente hay mucha ventana con mucha luz que deja traslucir un cielo azul y sonidos lejanos de ladridos. El techo muestra pegotes de papel cual estalactitas a punto de caer. Los suspensos tienden a infinito. Parece algo asumido. La culpa según uno de los tutores se la podemos echar a la desidia general que invade la sociedad que nos ha tocado vivir, donde la cultura del esfuerzo no vende, sojuzgada por televisión basura y por entretenimientos que proporcionan placer inmediato. La paciencia se ha perdido. La carrera de fondo no le gusta a nadie. Los resultados a largo plazo quedan muy lejos. A esas y a muchas otras causas me apunto yo, aunque creo que la desidia tiene apellidos, y ahí cabemos todos, todos menos el maestro armero, el saco de las lamentaciones; todos los que habitamos esta sociedad a la cual parece no interesarle la educación como prioridad absoluta, por encima de todo. Nos pasamos la vida hablando del tema, por lo menos hasta que nuestros hijos pasan a la vida laboral. Luego nos olvidaremos y hablaremos de otras cosas. Yo voy a guardar silencio de momento. La solución la conocemos pero no nos da la gana aplicarla, empezando por los que gobiernan. Hablo de una educación pública acosada más o menos por la privada o concertada, según quien dirija las autonomías. Como siempre, el dinero manda y pone piedras en el camino. Para unos son chinas, para otros pedruscos y para otros, inmensas montañas que nunca escalarán. Se quedarán al otro lado, maldiciendo la famosa igualdad de oportunidades, esa que se da a medias. Pido un comité de sabios para la educación y un gran pacto nacional. Pero no, vuelve el partidismo y la confrontación, por allí aparece la religión, por ahí aparece el dinero que sirve para discriminar y como resultado obtenemos ghettos educativos.
Si a alguien le interesa lo que vendrá en el futuro, le digo que visite mi blog. El silencio me persigue y está a punto de alcanzarme. Decía Azaña que “Si cada español hablara solamente de lo que entiende, habría un gran silencio que podríamos aprovechar para el estudio”. Me apunto a ese silencio, el mismo que se respira cuando la tarde no ofrece respuestas al gran problema de esta sociedad, a esa prioridad que nunca sale en las encuestas. Seamos serios, a la mayoría, esto no le interesa. Será que no tengo paciencia.

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